KINGDOM TVXQ!

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Arualthings

Aluminio - Cap. 2

Canciones para este capítulo: Zetsubou Billy de Maximum The Hormone y Run de Epik High.


La cólera primero sabe dulce, pero al final es amarga.




«Autor del delito es aquel al que beneficia».
Séneca

 

—¡Changmin, tonto! ¿Qué estás esperando? ¡Vamos!


El chico rascó su cabeza con una expresión graciosa en su rostro. Sus cálidos ojos marrones se enfocaron veloces en la infanta de cabellos negros que en ningún momento dejó de balancearse cuando ambos partieran de casa hasta llegar a orillas de la playa. 

Para su propia indignación, tampoco menguó su andar jocoso ni cuando le hablara en ese tono irrespetuoso. Changmin, aún vacilante y con la mano derecha haciendo presión en su cuello, pensó resignado que ser el hermano mayor solo era un título que únicamente los hermanos menores podían imprimirle valor porque, en vista de las razones obvias, no estaba dando la talla. Sus labios finos y agrietados se curvaron. 

Su pequeña y no tan educada hermana menor se entretuvo unos buenos segundos enterrando los pies en la fría arena y sintiendo casi de inmediato el choque sutil de los retazos que dejaban las considerables olas contra el rompeolas. A cada roce de las aguas, la niña reía encantada por ver sus pies abrazados por la espuma salada.

Soltó un suspiro caliente y distrayéndose con la simulación a pompones que hacían las coletas de su hermana So Yeon al chupetear, caminó en dirección a ella. Una nueva sonrisa se apoderó de sus facciones, tintada de genuina picardía. 

Como buen hermano mayor, no olvidó sumergirse con cautela para sorprenderla.

Con sus prematuros 10 años de vida no había muchas cosas importantes que pudiera hacer como el hombrecito de la casa, más bien se le daba excelente pasar las tardes jugando en los arrecifes —aunque su madre le riñera que no lo hiciera—, ser un estudiante ejemplar en la modesta escuela del pueblo y fastidiar de tanto en tanto a sus dos hermanitas. 

Todas aquellas cosas solo por dar un vistazo rápido, porque el intratable Kim Jaejoong se mostraba como el perfecto diario de la vida del no tan pequeño Shim Changmin. Las aventuras y peleas que libraban juntos no alcanzaban para cubrir las 24 horas del día.


—¡Changmin, no hagas eso!

—¿Por qué no me hablas con más respeto?, niña insolente. 


Changmin le miraba desafiante. 


—El número que viene antes del 10 es mi edad. No hay nada de diferencia —espetó altiva, colocando ambas manos en su cadera en completa pose de tus palabras no me importan. 

—Qué extraño hablas.    

—Y que extrañas son tus orejas.






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Rodeado de ganchos de diseños que abarcaban desde lo estrambótico hasta lo tradicional, y de longevos hombrecitos perfumados en ciruela e infusiones curativas, Changmin llevó sus manos a las orejas dejando los ojos en blanco por decimoséptima vez en lo que iba de la mañana. Las tocó lentamente, examinándolas con extremo cuidado, cual examen médico se tratase, como si temiera pulverizarlas en el acto. Se percató al instante de lo frías que estaban. De inmediato, masculló nuevas maldiciones espantando el aura de indiferencia que antes cargara. Jamás dejaría de detestar el invierno.

Sus largos dedos siguieron el masaje con curiosidad. Se sentía cómodo haciéndolo puesto que nadie se encontraba cerca de la caja de facturación. Los viejitos-hombrecillos-olorosos —como a él le gustaba llamarles— por lo general se entretenían en lo más profundo de los pocos pasillos que tenía la modesta tienda de artículos de pesca.

Si no se trataba de personas pasajeras que solo metían sus narices para entrar por entrar, entonces el lugar era visitado por clientes expertos en la materia; pescadores profesionales o novatos en busca de más carnada o queriendo renovar su repertorio de señuelos. Mayormente, era eso, pero esa sección de la tienda se ubicaba hasta el fondo, allá en lo último de los pasillos donde cualquier hedor desagradable o cadáver machucado quedara atrapado y alejado del delicioso aroma que desprendía el rebosante repertorio de golosinas expuestas a un lado de la caja registradora. 

El moreno frunció el ceño asqueado.

Aunque en su momento las palabras que utilizó cuando optó por el trabajo de cajero —algo que no exigía grandes habilidades físicas ni mentales, ideal para él— sonaron cargadas de exigencia y escasas de humildad, lo único que le pidió al dueño del local fue consideración.

El amable señor Ok no se molestó en lo absoluto, al contrario, le hizo mucha gracia que un muchacho de su edad y tamaño se mostrara tan delicado por simples pedacitos de carne. No se llevó mucho tiempo la protocolar entrevista: Changmin actuó como un joven muy impaciente y la Sra. Ok estaba encantada con el porte del aspirante.

El viejo hombre, ya achacado por las enfermedades gastrointestinales y de circulación, con una sonrisa mansa extendió los papeles pertinentes al foráneo. Le urgía alguien de manos fuertes y resistentes que hiciera todo aquello que él mismo ya no podía hacer en el negocio familiar, así que Shim encajaba para tal obligación. Con apenas dos días de prueba —cosa que Changmin condenó de innecesario— y finalmente empujado por las conspiradoras palabras de la esposa que había quedado maravillada por el chico de hermosa mirada, más temprano que tarde Changmin comenzó a ser observado por docenas de ojos plásticos que si no fuera porque necesitaba el empleo de bajo perfil, habría quemado todos los señuelos. Quizá los de diseños conservadores habrían sobrevivido. El hecho era que de su trabajo lo único que disfrutaba era molestar al señor Ok y la deliciosa comida que las habilidosas manos de la abuelita le preparaba.

No lo entendía, ¿qué tenían de malo sus orejas? Sí eran un poco más grandes que la de los demás, pero no era como si se notara mucho.


“Solo si detallas bien, bien, pero muy bien, tal vez te des cuenta de que son un poquito más grande que las del resto de los niños…”.


Los labios del chico se curvaron en un tenue tono agrio. Podía apostar toda la riqueza del mundo que si su querida So Yeon estuviera allí a su lado, luciendo un holgado vestido floreado y con una chupeta roja en su mano que seguramente le echaría en cara porque “ella era adorable y por eso la querían más que a él”, si estuviese allí con él, viva, le diría jocosa que la gente visitaba la tienda únicamente para ver sus gigantescas orejas.

Sí, no había duda de que algo parecido le diría. Y, a decir verdad, ya no alcanzaba a calcular con cuánto fervor llevaba anhelando poder escuchar sus ingeniosas palabras otra vez.

Eran pocas las ocasiones en las que recordaba a la segunda de la familia Shim, pero por mucho que la extrañaba, prefería dejar esos momentos para Morfeo. Porque dolía, le dolía en lo más hondo traerla al presente y saber que nunca volvería a verla. Ni a ella ni a la tímida de Ji Yeon.

Para su propio consuelo, trabajar allí le mantenía la cabeza ocupada. No solo necesitaba de un trabajo de bajo perfil para eclipsar y dispersar cualquier sospecha sobre su verdadero oficio. De haberlas, contaría con los sinceros testimonios de la pareja. Sin ningún problema podría argumentar que lo estaban confundiendo con otro asesino asueldo.

Pensar sobre esa situación hipotética le hacía reír. En algún punto de su ser, imaginarse estar a punto de ser atrapados por la policía le emocionaba.

¿En qué otra cosa importante podía divagar si hacía una de las peores acciones que el hombre es capaz de hacer?; matar. Sacudió sus hombros. Mejor no pensaba en nada y seguía impasible, como cada día. 

Debía concentrarse. Relajar las ansias, secuela de la noche anterior, y agradecer al santísimo porque la mañana estaba agradable; los reportes climatológicos, hasta ese momento, iban a su favor.

No obstante, por muy contradictorio que sonara, le gustaba cuando no había productos que facturar, ni ancianos sordos a los que tener que repetirles las cosas varias veces –con la sonrisa más falsa que su anatomía alcanzaba a generar– y por último pero no menos importante, cuando YoonJi no se avistaba por ningún lado. 

Esa última razón era la más gratificante. Si tenía que quedarse hasta entrada la noche para hacer el inventario, si su jefe se lastimaba la espalda y debía cargarlo escaleras arriba, arroparlo y darle un besito de buenas noches en la frente, tomar el té con la señora, bien, él lo aceptaría. Pero YoonJi representaba tantas cosas fastidiosas a la vez que todavía se sorprendía de su constancia y terquedad.

Enmarañado en sus pensamientos, notó el familiar bulto que el anciano de grandes ojos reflejaba en el ventanal de la tienda.


—Buenos días, muchacho —saludó ameno su jefe al asomar su cuerpo y topárselo tras el mostrador.

—¿Cómo amaneció, señor Ok?

—Vivo, ya ves que todavía hago falta en este plano. –El castaño sonrió entretenido. Estaba súper acostumbrado a esas contestas por parte del mayor—. Pero tú eres otra historia. ¡Mira tu cara! Así no encontrarás a una mujer para casarte. Tienes la cara de un nohmen.


Changmin levantó una ceja. Solo Dios sabía cuántos libros sobre cultura japonesa se salvaban de su hambre irrefrenable, por lo tanto, la divertida comparación lo descolocó.


—Pero esas mascaras no tienen ojeras…—rebatió seguro de que ese punto desastroso de su rostro era el que su jefe quiso resaltar.

—No, no tienen, pero terminarás igual de feo. 


Los ojos del joven se abrieron un poco más, primero, por el insulto; segundo, al ver la mano del mayor acercarse a su cara para hacer lo que siempre hacía desde que ambos se cogieran confianza: pellizcar sus mejillas. Como si con hacerlo convirtiera su sentencia en un hecho innegable.

Changmin ablandó la mirada al tiempo que soltaba un largo suspiro. No resultaba nada sencillo conciliar el sueño cuando tres de cinco sueños estaban empapados de sangre, fuego y lágrimas. Pero eso era algo que su jefe ni por asomo intuiría. Si pensaba que esas ojeras nacían de noches de intenso estudio, perfecto.


—Usted lo dice por experiencia propia, ¿no? —lanzó juguetón agarrando desprevenido a su jefe quien ya se encaminaba hacia el fondo. El señor Ok se volteó y Changmin ensanchó su sonrisa al ver el disgusto mal disimulado en el rostro del anciano.

—¡Este sinvergüenza! ¡Hay que ver!


Típica mañana en la tienda. Típica efímera conversación amistosa que desempeñaba a la perfección el papel de unas vidas comunes y corrientes topadas por el azar. Una vez Changmin se halló solo de nuevo, permitió a su subconsciente retomar el espinoso pasatiempo. Anheló que alguien, quien fuere, entrara a la tienda. Cumplir con su obligación de cajero era suficiente para esfumar los incoloros rostros de sus hermanas. Después de 14 años sin su presencia, los colores se abstenían. No conseguía recordarlas como le gustaría. Debía conformarse con las cenizas de esa última tarde cuando los conceptos de sueños, convivencia y felicidad dieron un giro radical.






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Changmin ostentaba de una peculiar frase: “Todo siempre puede ser peor”. Y tras cada amanecer y anochecer, su pensar se reafirmaba. Es decir, por supuesto que los acontecimientos de tu vida, sean cuales sean, posiblemente pudieran rozar lo repugnante e infrahumano. En lugar de tener de jefes al viejo Ok y su dulce esposa, podría ser un militar con ínfulas de supremo que exige alabancia absoluta, y su mujer una señora golosa con preferencia por los jovencitos. En lugar de nacer en la República de Corea, ser de los hermanos del norte. Que Jaejoong no fuese parte de su vida y haber muerto mucho antes. En el fondo de su corazón estaba seguro de que de no haber contado con su amigo en aquellos tiempos oscuros, el punto y final de su historia ya habría dado su trazo.

Pero por encima de cualquier otra cosa, Yoon Ji podría estar de visita en el local, y definitivamente eso catalogaba como peor. El moreno esperaba que lo dócil del clima fuese un presagio y la chica se hubiese etiquetado un descanso de las visitas diarias y, por el amor a los dioses, no le diera más lata. No haberla soportado viernes ni sábado lo esperanzaba bastante.

Tal vez lo suplantó con otro infortunado chico, se hartó de recibir puros desplantes de su parte y entendió que su atosigamiento, además de avergonzarla a ella, le jodía la vida a él. No existía razón alguna para que Changmin tolerara el amor empedernido que Yoon Ji le profesaba.

Sí, quizá los 16 años de vida comenzaban a hacer sus respectivos efectos y la joven comprendía la situación. El castaño sería más feliz sin taras revoloteándole alrededor chillando el mismo rosario de siempre, jalando de sus ropas y haciéndole regalos que lo comprometían a un nivel peligroso: Shim Changmin, 25 años de edad, aparentemente universitario; Kim Yoon Ji, 16 años, estudiante de secundaria, aparentemente virginal e inocente. Mala, mala combinación. Y si Ok llegaba siquiera a olfatear la extraña relación de ambos, aunque no fuese una, adiós a los espantosos señuelos e inquietantes anzuelos. 

No obstante, cuando se disponía a saludar al cliente que recién entraba y vio su cachetona cara, con esos menudos ojitos centellantes y ese uniforme escolar eternamente tatuado en su memoria, se tragó las palabras de bienvenida y recitó en su mente la frase cual mantra: “Todo siempre puede ser peor. Míralo desde este ángulo, Changmin, podría tener una gemela”.


¡Oppa! ¡Estoy aquí!


“Si me pongo esta revista de pesca en la cara, evitaré mirarla, pero aún puedo escucharla. Mierda”. 


¡Oppa! ¡Qué malo, deja de ignorarme! He venido a visitarte.


La voz estridente de la adolescente seguramente no solo había terminado de espabilar al moreno, sino también a todo ser viviente a 50 metros a la redonda. Antes de enfrentar a lo que la vida había dispuesto para él, Shim le preguntó al cielo si Yoon Ji representaba, por los crímenes cometidos, al verdugo, al juicio final y al sepulturero en un mismo cuerpo. Pero como de costumbre, no hubo voz celestial —ni de ultratumba—, nada de una luz cegadora, tampoco aparecían cámaras escondidas.

Yoon Ji había aparecido. Como cada día.

Resignado, dejó caer sobre el mostrador la edición de esa semana de Glass Sports. La jovencita vestía su uniforme de falda gris arriba de las rodillas y chaqueta marrón. Una pinza le sostenía la pollina hacia el lado izquierda de su cara. Las largas medias negras escondían gran parte de sus pálidas piernas, más unos zapatos escolares propios del atuendo. La intensidad de su sonrisa le alarmó.


¡Oppa! No sabes lo que te he extrañado. Discúlpame por no visitarte el fin de semana pasado. Nos fue de maravilla en el campeonato de voleibol y tuvimos que quedarnos para un agasajo.


En medio de un bamboleo que a Shim se le hizo ridículo y le dio pena ajena, la expuberta soltaba su verborrea tan resuelta y cómoda como ya lo tenía acostumbrado. Al principio, cuando Yoon  Ji se adentró en el local con la excusa de comprar dulces y crucigramas, la vio como una clienta que al minuto de irse, olvidaría. Dadas las razones obvias, la chica estaba dispuesta a ser inolvidable y marcar la vida del moreno hasta lo que le diera.


—No me digas, ¿ganaron? —preguntó adoptando su posición habitual para aguantar y mostrar la nula atención que pondría a la inevitable conversa; un brazo en el mostrador y el otro apoyado con el codo y soportando su cabeza con la mano.


No se trataba de cortesía, mucho menos interés o curiosidad, pero sin personas a quienes atender, no quedaba más qué hacer. Y por ningún motivo desaparecer su cuerpo era una opción… tampoco es que tuviese el corazón tan negro ni tanto estómago.


—¡Sí, oppa! Y el triunfo te lo dediqué. —Contra su propia naturaleza, Yoon Ji detuvo su relato por microsegundos al ver como la postura parsimoniosa del mayor se estremecía con un leve escalofrío y abría bien grande los ojos—. No sabes lo rápido que latía mi corazón cuando tenía el micrófono en mis manos. Los flashes de las cámaras eran muy fuertes, pero respiré profundo, tomé coraje pensando en ti y el público entero logró escuchar cómo te dedicaba la victoria y el remate de la victoria.


Changmin debía saberlo, a esas alturas no podía bajar la guardia con esa chica.


—¡Niña tonta! —gritó con el carmín estallando en sus pómulos, y no precisamente por conmoverse con semejante revelación—. ¿Qué hiciste? ¡Demonios, qué voy a hacer contigo! ¡No me metas en tus asuntos!


La jovencita no cabía en su gozo. Luego de un año conociéndole —o tratando de meterse a juro en su vida—, Yoon Ji podía afirmar que por muy áspero y hostil que el moreno se quisiera mostrar con ella, era un hombre sensible, fácil de perturbar. Además que verlo turbado le hacía mucha gracia.


—¡Ay, oppa! Podemos hacer tantas cosas juntos, pero tú nunca quieres salir conmigo. –Y rió encantada, pero al recomponerse y encontrarse con un Changmin con cara de indigestión, se apresuró a hablar—. ¿Qué? ¿Qué dije? ¿Por qué me miras de esa manera? –Contrajo el rostro en sorpresa—. Changmin-oppa, pervertido. Yo no me refería a ese tipo de actividades.

—¿Qué es esa bulla? ¡Changmin, Changmin!


La rasposa voz venía desde el fondo. Al cabo de unos segundos, el ahjusshi salió azorado de uno de los pasillos y sosteniéndose los anteojos.


—¡Pero si es la linda de YoonJi! ¿Ves, Changmin? ¡Es la linda de YoonJi! ¿Qué haces por aquí? ¿Cómo está tu abuelo?


A la fecha, Changmin no se explicaba por qué la mirada del viejo se iluminaba cuando la chica revoloteaba cerca. Durante los tres años que llevaba trabajando para él, ni una sola vez lo había pillado envuelto en ondas libidinosas o con actitudes malintencionadas para con las visitantes. Tampoco en las ocasiones cuando le tocó acompañarlo a competiciones deportivas para promocionar la tienda o de visita en el mercado de la ciudad a comprar cualquier cosa. No se trataba de añoranza por los hijos puesto que sus tres descendientes le rondaban regularmente y estaban al tanto de ambos.

El joven, en vista del desborde de emoción, pensó en asentir y pretender que le interesaba la intrusa, pero más pronto que tarde descartó la idea.


—Por los preparativos del festival estamos saliendo antes de clases. Como presidenta del comité organizador y jefa de logística…

—¡Oh, oh, oh! ¡Qué tenemos aquí! Una chica muy trabajadora y entusiasta.

—Mi abuelo lo espera a las 3 para un partido de damas chinas —comentó la chica tras una risita apenada.

—Sí, sí. Algo así me había comentado la señora Kang en el mercado.


La joven asintió complacida por cumplir con la segunda razón para visitar la tienda; hacer de mensajera de su abuelo.


—Changmin, sé amable con esta bella jovencita. Me voy para el congelador.

—Descuide.


Yoon Ji no perdió ni medio segundo en posar sus orbes sobre Changmin en cuanto el anciano hizo el amago de irse. Le encantaba observarlo, sin importa cuán antipático fuese con ella, había una especie de imán que siempre la hacía volver.


—Oye, cara de zorrillo, ¿por qué mejor no te vas a acosar a alguien de tu edad? —y sus insultos nunca conseguían lastimarle. Algo le decía, le juraba que solo era de dientes para afuera.

—¡Ay, oppa! ¿Sigues preguntando eso? —soltó risueña explayándose sobre el mostrador.


Changmin suspiró al tiempo que se echaba un poquito hacía atrás. Cualquier contacto debía ser evitado, las estadísticas por acoso sexual y violencia de género habían cobrado gran importancia en la agenda pública de denuncias en los últimos meses.


—Yo sé que no estás haciendo nada de ese tal festival.

—Te diré, te diré. Es cierto que escapé del instituto —confesó en un susurro—, pero también es cierto que soy presidenta del comité. Además, te he dicho incontables veces que allá no hay chicos tan atractivos e interesantes como tú.

—Ya veo… y te fijaste en el chico que trabaja en una tienda de artículos de pesca. No hay nada más cool y atractivo que estar rodeado de cañas de pescar y sombreros tontos.

—¡Oppa, tú eres la luz de este sitio!





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—¿Sabes las edades?


Zul, a pesar de sus años en el deshonroso mundo de la muerte por encargo, conservaba sensibilidad, instinto paternal y decoro. Por poseer tales signos de humanidad sabía que, sin importar lo que dijera, en los siguientes minutos Jaejoong se la pasaría mal.

Devolvió reticente la vista a su subordinado.

 
—Sora se interesó mucho en el caso –empezó a explicar aceptando que no había vuelta atrás, el menor no se iría sin saber los pormenores del encargo de ayer–. Me imagino que su lado materno se conmovió —dijo con pesar en sus palabras—. La mayoría de esos chicos provenían de madres drogadictas o prostitutas que no los tenían registrados en la escuela. Esos niños apenas saben construir una oración decente. –Zul notó una ligera turbación en la mandíbula de Jaejoong. Le escuchaba con suma atención–. Las edades van entre los 9 y los 14 años.


Se produjo un silencio sepulcral. Sí, Jaejoong estaba impresionado. Niños, de nuevo el destino le escupía en la cara las atrocidades de este mundo. ¿Por qué ellos?, se preguntaba cada que la razón de sus acciones en la organización eran acondicionadas por infantes.


—¿Los enviarán a orfanatos? –soltó con un semblante de esfinge, pero la angustia en su voz fue evidente.

—Tranquilízate, Jae. Estos eventos son muy extraños hoy en día, pero solo porque el gobierno se ha encargado de meter sus manos en los medios. Son pocos los que buscan comunicar la verdad real. Ya verás como maquillarán la noticia: de 20 niños lo rebajarán a cinco, o dirán que se trataba de un foco de narcotraficantes. Ellos son incapaces de hacer quedar mal a Ban Ki Moon.

—Los mayores ansiarán vengarse, de la misma forma en la que yo lo deseé.

—Esta situación no es igual a la que tú y Min sufrieron hace 14 años. Además, ahora hay más periodistas, más mirones haciendo preguntas, internet. Me sorprende mucho el hermetismo que existe con algunas noticias que podrían mal poner al gobierno —chasqueó la lengua—. Es que en esta sociedad de hoy donde hasta el perro de la casa tiene una cuenta de red social… 

—Si no dispones de más información sobre el caso, me retiro —cortó Jaejoong levantándose del sillón de cuero negro. Zul lo observó curioso, suspiró.

—¿Quieres que te tenga al tanto?

—Todo lo que les suceda a esos niños.


Rehuyó la mirada de su hyung al tiempo que se inclinaba, sin importar cuan enojado y cabreado se sintiera, el respecto que sentía por Zul como jefe de la organización se mantenía intacto. Se irguió en segundos dispuesto a irse de ahí lo más pronto posible.

Necesitaba irse, estar en ese lugar lo lastimaba, cada sentencia de Zul alimentaba sus deseos de ir a la morgue y destazar al maldito de Park Mu Joong, claro, sin obviar al cliente que pagara por querer muerto al político. ¿Por qué el humano era así? ¿Por qué? Se preguntaba una y otra vez. 






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—Cuando el sujeto nos explicó sus razones para querer muerto a Park, Sora perdió los estribos e inició la investigación esa misma tarde. El cliente estaba hasta el cuello con los prestamistas. De alguna forma Park lo supo y le ofreció pagar sus deudas.

—¿Qué le pidió a cambio?

—Lo único a lo que le podía sacar provecho a un padre soltero sin donde caerse muerto —Jaejoong afiló su mirada entendiendo al tiro—. Park recogió al niño al día siguiente. Me gustaría tener la certeza de que en su primer día no le tocó sufrir humillaciones…

—¿Pederastas? —Jaejoong podía poner las manos en el fuego jurando que sí, claro que ese fue el destino del hijo del cliente, tan maldito como el mismo Park. 


Zul exhaló.


—Diez estaban destinados a complacer las fantasías sexuales de depravados o depravadas dispuestos a pagar 300 mil wons la hora, los otros diez trabajaban  para pornografía infantil.

—¡Maldita sea! ¡Le hubiese roto las piernas a ese hijo de puta! ¿Por qué no me dijiste nada de esto? —Jaejoong sentía que la bilis ascendía por su garganta, vomitaría del coraje. 

—Por la misma razón por la que es Changmin el encargado de recibir los informes y no tú. Lástima que no pudo venir hoy y tuviste que darte el gustazo. 

—¡Es que ese desgraciado merecía sufrir! A diferencia de esos niños, ¡él no sintió ni cosquillas!

—Así es mejor, Jaejoong —concilió el mayor. Le daba mucha pena ver a su pupilo tan afectado.

—¡Mejor tu culo, Zul! ¡Coño!

—Park sí pagó por sus crímenes...


Los grandes ojos de Kim se clavaron en el hombre frente a él. Su respiración antes errática, se detuvo por segundos sospechando lo peor. ¿Abandonas a tu hijo a la suerte y luego delatas al desgraciado que te saca las patas del barro? No entendía. ¿En qué retorcido punto Park pagó por ser un maldito? 


—A Park se le devolvió. Hace días un hacker le envió fotos de su hija menor, ya te imaginarás en qué situación.

—No estoy captando, Park era el traficante de niños, ¿cómo es que...

—Esos detalles no importan ahora, Jaejoong, el daño está hecho. Lo viste  morir, lo tuviste entre tus manos rogando por su vida —el catire viró los ojos fastidiado— ¿O no fue de esa manera? —Silencio—. Y no me lo ha contado Min o Sora, sé que fue así, te conozco. 

—¡Jódete, Zul! Ambos, cliente y Park merecen morir como las basuras que son. Park está más que listo, el otro...

—El trabajo está hecho. Sabes perfectamente que no podemos hacer nada. 

—Por el pasado de esos niños, nada, por su futuro, mucho.



Jaejoong pateó con fuerza la pared a su lado. A veces solo quería olvidarse de todo, dejar de hacer lo que había escogido como oficio y no tener nada que ver en ese mundo de infamias, ¿pero quién entonces daría la cara por los más vulnerables dentro de esa red de trampas y egoísmos? Si no era prostitución infantil, era trata de blancas, si no tráfico de drogas con infantes como mula. En el fondo prefería que le asignaran los trabajos relacionados con el tráfico de armas y el sicariato común.



No importa cuánto corra, no puedo escapar.
Si miro atrás mientras corro, tú sigues ahí.


—Pero si yo no me encargo, ¿quién entonces?


La posibilidad de crímenes impunes pesaba sobre su propio bienestar emocional. Él seguiría y seguiría aceptando cada encomienda, su corazón y mente se podían ir al diablo, había perdido tanto que no importaba cuántas armas tuviese que accionar, continuaría con tal de proteger a esos niños y mujeres, hasta consumar su venganza.



Soy el único que cojea de ambas piernas.
El camino que debo recorrer es interminable.


Caminaba parsimonioso por las calles de Seúl. Luego de la reunión con su superior, no se le antojó tomar el metro. Caminar le ayudaba a despejar sus pensamientos, a drenar malas emociones, llorar en silencio.

Desde hacía años había perdido la fe en la policía de su país. Sí, los índices de impunidad eran bajísimos, ¿pero cómo se explicaba que todavía, después de 14 largos años, aún no sabía qué rayos había pasado en su pueblo natal? Nada, mutismo, ni una palabra. Nadie nunca se interesó por ellos.


¿Qué hay al final de este camino?
(¿vas allí sabiéndolo?)
¿Obtendré respuestas si voy con los ojos cerrados?


Minutos después, el cuerpo de Jaejoong era abrazado por el mandil aguamarina de la librería. Volvía a su rutina de surcoreano promedio, de estilo extravagante y carrera universitaria complicada.


—Buenas tardes, compraré este libro.


Kim esbozó una sonrisa en señal de respuesta. El jovencito se sorprendió por la belleza del empleado de la librería, ahora magnificada por la curvatura de sus labios. Nunca lo había visto sonreír en las ocasiones que visitaba la tienda.


—¿Es para ti o lo regalarás? ¿Quieres que lo envuelva? —preguntó cortés tomando el libro para facturarlo.

—¡Oh, no, no es necesario! Es para mí —explicó el adolescente de tez oscura entregándole 22 wons.

—La envoltura es un gesto amable hacia nuestros clientes —aclaró Jaejoong recibiendo el dinero. Guardó el libro de fotografía en una bolsita plástica del mismo color de su delantal y se la entregó al joven junto a la factura.

—Entiendo. Muchas gracias


Tras una venia, el jovencito le dedicó una pequeña sonrisa a Jaejoong y salió de la tienda. Jaejoong sintió cierta ternura por el chico, para él fue evidente su asombro al sonreírle. ¿Acaso compró aquel libro de fotografía porque su sueño era ser fotógrafo? Posiblemente. Y así de inocentes y llenos de convicción deseaba ver a cada uno de los niños que salvaba gracias a su labor entre las sombras y la sangre.


Mi vida es una tormentosa noche de 365 días.
Un corazón que se hace más pequeño cada 24 horas.


Tarde, Zul había llegado tarde a su vida y a la de Changmin, ambos pasaron mucho trabajo y penurias antes de conocer a quien desempeñaría el papel de padre para los dos. Él, Kim Jaejoong, haría todo lo que estuviera en sus manos para acortar el sufrimiento de cualquiera que viviera lo que él vivió.


¿Hacia qué estoy corriendo?
¿Es la puesta del sol?
¿Estoy perdiendo?
No lo sé, pero voy. Sigo corriendo, corriendo, corriendo alto.
Soy una joven estrella abandonada por esta enorme galaxia.


Suspiró, le cansaba recordar. Así que tomó asiento tras el mostrador y agarró una agenda mediana de tapa dura y marrón. Anotó fecha, título y nombre del autor del libro que acababa de vender, más el precio y el aspecto del comprador. Al dueño de la tienda le gustaba llevar una contabilidad aparte personalizada para él: “De esta forma es más fácil y rápido para mí saber cuáles son las tendencias del momento, muchacho”, le explicó una tarde que el rubio no se resistió a preguntar.   





No importa cuánto corra, sigo en el mismo sitio.





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—Si no dispones de más información sobre el caso, me retiro —cortó Jaejoong levantándose del sillón de cuero negro. Zul lo observó curioso, suspiró. 

—¿Quieres que te tenga al tanto?

—Todo lo que les suceda a esos niños.

—De acuerdo. Jaejoong —le llamó imperativo. 


El aludido se detuvo. Intuía de qué iba ese tono autoritario. Durante toda la reunión, un sobre marrón había estado adornando la modesta mesa de madera frente a él y que en ningún momento hizo el amago de abrir.  Zul lo tomó.


—Jaejoong, sabes que te quiero como si fueras un hijo para mí. Me preocupo, me preocupas —puntualizó advirtiendo un poco de altanería en el gesto con la boca que acababa de hacer el menor. Realmente estaba imposible—. Toma —aún no muy convencido, Jaejoong agarró el sobre—. Me tomé la libertad de investigar un poco por ti y encontré una estupenda escuela de hapkido cerca de tu trabajo.


Jaejoong lo observó con extrañeza.


—¿Qué pretendes con esto? —demandó leyendo por encima la hoja que contenía información sobre la escuela. 

—Ofrecerte un lugar donde te oxigenes, estás hecho un despojo. 

—Tsk. 

—Tómate las cosas con calma, ¿si? Ni tú acabarás con todo el mal del planeta ni vivirás eternamente para intentarlo, así que recuerda que tienes una vida que vivir. Despéjate, relájate. 

—No tengo tiempo para estas cosas, Zul.


Jaejoong guardó de nueva cuenta la hoja en el sobre y lo colocó en la mesa. Zul llevaba meses tratando de que practicara algún deporte, manualidades, hasta salas de lectura, buscando distraerlo y darle periodos de cero estrés durante la semana. Pero no tomaría “descansos” innecesarios. Si quisiera hacer ocio, leería sus novelas policiacas que tanto le gustaban y acariciaría a su gato Jiji.


—Bueno, entonces te ordeno inscribirte en esa escuela de hapkido, Kim Jaejoong. 

—Vamos, Zul, no soy ningún niño. Déjate de tonterías.





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—Conque esta es la famosa escuela de hapkido.


Kim exhaló profundo bajo su bufanda vinotinto. A pesar de transitar con regularidad por esa calle, jamás notó el gran pendón azul rey con letras blancas colgado desde lo alto de uno de los pilares de la entrada de la escuela. ¿De verdad le daría el gusto a Zul y lo haría? Físicamente no lo necesitaba, se alimentaba bien y se ejercitaba a diario, con el detalle que lo hacía a solas, y era precisamente eso lo que Zul pretendía combatir.


—Tsk, Zul preocupado de que socialice a mi edad, menuda idiotez.


Lo detestaba, detestaba las imposiciones. Consideraba que ya había tolerado suficientes en sus 27 años de edad, no le hacía falta ninguna otra, pero entendía el punto de su superior, de su jefe, de su protector, pero sobre todo, de su amigo, cuestión de la que no podía jactarse de tener muchos. La vida no se lo permitió, y las pocas personas que en algún momento dado decidieron acercarse a él, con el tiempo desistían de penetrar la gruesa coraza que Kim había levantado.


“Alguien que vive de matar no necesita amigos, solo estorbarían”, le gritó una vez a su único amigo, Shim Changmin.


Cinco días habían pasado desde la propuesta-orden de Zul. Cinco días le costó decidirse por fin dirigirse a la dirección plasmada en la planilla de inscripción que amistosamente su hyung llenó. Sonrió con sorna cuando vio los vouchers; tendría que asistir por los próximos tres meses, no había réplica que valiera.

Si era sincero, fue su testarudo dongsaeng  quien lo terminó de convencer. A Changmin le encantó tanto la idea, que atizó a proponer un día de compra de ropa deportiva. A Jaejoong le hizo mucha gracia su emoción. Finalmente cedió. ¿Daba tanta lástima que sus seres cercanos recurrían a trucos para que él se distrajera? Entonces debía estar muy grave, y ni se daba por enterado.


“Supongo que esta vez te haré caso, hyung”.


Desde su ubicación al otro lado de la calle, disfrutaba de una vista panorámica del interior de la escuela. Ninguna reja obstaculizaba la vista hacia adentro y podía ver sin problema a los jóvenes calentando en el patio. En su mayoría, se trataba de adultos pasados los 25 años, presumió usándose como punto de referencia. El lugar desprendía una energía estimulante y hasta motivadora. Quizá había tomado una buena decisión.

El bullicio entre los alumnos se aplacó en cuanto un hombre abrió de par en par las puertas de madera del dochang*. Inmediatamente los practicantes se formaron y mostraron respecto al hombre fornido que les sonreía altivo a todos.


“Ese debe ser el maestro”, infirió Jaejoong al notar el inconfundible cinturón color negro sobre su impecable dobok*. 


Absorto en las personas dentro de la escuela, Jaejoong no se percató de la presencia de un motorizado que aparcaba frente a la escuela. Una vez apagó la moto, el sujeto se bajó y se quitó el casco, con la mala suerte de que al bajarse, varias cosas dentro de su morral cruzado se cayeron al suelo, entre ellas, un sobre lleno de fotografías reveladas. 

La exclamación de disgusto por parte del extraño lo advirtió de su presencia. Casi por acto reflejo, llevó sus ojos hacia aquellas fotos que con cierto desespero recogía el sujeto, temeroso de que se ensuciaran. Le vio levantarse con ellas en sus manos y sonreír satisfecho al comprobar que seguían perfectas. Jaejoong quedó fascinado con su sonrisa, fue entonces cuando el motorizado lo notó a él. Se quitó los lentes de sol y le miró directo a sus orbes negras.


“Vaya, hermosa sonrisa y hermosos ojos”, pensó Jaejoong escondiendo una sonrisa traviesa tras su bufanda.


El extraño no dejaba de verle, y Jaejoong no cortaba el contacto. Al cabo de unos segundos, el chico de hermosa sonrisa se inclinó en son de saludo, a lo cual Kim no respondió.


“Será otro día, Escuela de Hapkido Jung”, sentenció Jaejoong regresando sobre sus pasos hacia la librería.





~.~.~.~.Fin del capítulo.~.~.~.~




  • El actor Kim Chang Wan (Coffee Prince) da vida al simpático personaje del señor Ok.
  • La actriz Jung So Min es quien personifica a la traviesa Yoon Ji. Prácticamente me basé en su apariencia en el drama Playful Kiss para la construcción de su personaje. 
  • La traducción de Run la tomé prestada de http://www.girigiritv.blogspot.com Gracias por su trabajo :D.


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