“Las casualidades se pondrán de acuerdo para hundirte”
El inspector de policía, Jung Yunho, extrajo un manojo de llaves de su bolsillo para arrastrarlas de un barrote a otro creando un ruido insoportable. Luego, apoyó uno de sus brazos en ellos, por encima de la altura de su cabeza, y esperó pesadamente que el joven que dormitaba en el interior de la celda volviese de nuevo a su fatídica realidad.
—Buenos días, princesa... —masculló en tono despectivo cuando el aludido se sentó sobre la cama inferior de la litera al tiempo que se frotaba una y otra vez el rostro con las manos.
—¿Qué hora es? —logró decir con voz ronca.
—¿Qué importa eso?
Junsu exhaló resignado mientras volvía el rostro. Desde el momento en que se topó con aquel tipo supo que su delicada situación, por muy difícil que pareciese, empeoraría más todavía.
El inspector Jung, en contraste con un aspecto totalmente cautivador, parecía un hombre cultivado por experiencias no muy agradables en su labor como policía. A pesar de su juventud, sus penetrantes ojos parecían haber visto demasiado mundo, por lo que a Junsu no le sorprendió del todo verle ocupando un puesto de tanta importancia como el que tenía.
—¿Ha venido sólo para saludarme? ¿O es que piensa traerme también el desayuno a la cama? —se burló el joven consiguiendo sacar una sonrisa fría del inspector.
—Vengo de revisar tu historial. Tal y como tú querías.
—¿Y bien? ¿Puedo irme ya? —suspiró satisfecho. Quiso controlarse, pero no pudo evitar esbozar una media sonrisa de victoria con claras intenciones de humillar al tipo que llevaba fastidiándole desde que se cruzó en su camino.
—Ni mucho menos... De hecho, gracias a ti hemos conseguido consolidar nuestras sospechas sobre tu culpabilidad en todo este asunto.
—¿Qué? No, espere... ¡¿Qué?!
El moreno se incorporó. Le hubiese gustado sacar los brazos entre los barrotes y sacudir a ese condenado agente hasta hacerle entrar en razón, pero una gélida mirada de éste le aseguró que no sería una buena idea desafiarle, y menos aún, encontrándose en sus circunstancias.
—Es cierto —prosiguió Yunho mientras cambiaba de postura—, no tienes antecedentes policiales y tu expediente académico parece un buen motivo por el cual debería estar orgullosa tu pobre madre. Pero de igual forma, eso te hace cumplir con el perfil que estamos buscando.
—No puede hablar en serio...
—Además, tienes todas las pruebas en tu contra.
—¡Usted estaba allí! —dijo señalándole con el dedo y pegando su rostro a los barrotes—. ¡Vio lo que él me hizo!
El inspector retrocedió sorprendido de una reacción tan temeraria por su parte. Aunque la sonrisa volvió bastante pronto a sus labios. Parecía que estaba disfrutando de aquel momento, torturándolo a su manera.
—Lo único que recuerdo haber visto fue a ti huyendo en un auto robado con el atracador del banco más poderoso de este continente, para luego ayudarle a huir con el botín mientras tú acabas aquí para protegerle. Y honestamente —se detuvo para mofarse a no más de un palmo de distancia de su cara—, con unas notas como las tuyas no es que tu papel aquí resulte de lo más inteligente.
—Por el amor de Dios, ¿cuántas veces tendré que explicarlo? El coche es propiedad de la autoescuela donde me examino. Y ese tipo... ¡no tengo ni la más remota idea de quién es!
—Deberías haberlo investigado antes de involucrarte en asuntos turbios con él...
—¡Que no he hecho nada! ¡Ese sujeto me amenazó con una navaja! ¡Nunca antes lo había visto! —recalcó desesperado, mientras elevaba ligeramente el rostro para que pudiese apreciar con claridad la marca de un corte poco profundo—. Había más de quince agentes allí, todos deberían haber visto que, tan pronto salí del auto con la bolsa, apareció de la nada para tomarme como rehén... Para recuperar esa maldita bolsa que había dejado por error en el coche.
—Por supuesto. Después de haber cometido uno de los golpes más importantes de la década, ¿cómo iba a dejar escapar el fruto de vuestra fechoría después de haber llegado tan lejos? Sólo lamento que nuestra Ley prohibiera haberos acribillado a balazos cuando tuvimos la oportunidad.
El menor le fulminó con la mirada. Se giró sobre sus propios talones y dio un par de vueltas por la celda sin parecer sacar nada en claro.
—No te mortifiques —añadió Yunho observándole con una mirada cortante—. A pesar de todo, creo que no es tu culpa. Incluso puedo llegar a comprender la razón por la que decidiste inmiscuirte en todo esto —el hombre recorrió el lugar con la mirada, como si pretendiera ver más allá de todo eso—. Es este maldito sistema. Se mantiene a costa de estrangular a demasiadas humildes familias, y no eres el único. Yo también he pasado por eso, pero he tenido más luces a la hora de escoger la mejor salida.
Junsu espetó su rostro detenidamente. Parecía que incluso estaba tratando de animarle en serio. Detrás de sus palabras, había escrupulosa severidad, pero también apoyo. De algún modo, parecía entristecido por verse obligado a presenciar escenas como aquella más a menudo de lo que le gustaría, pero... eso no le reconfortó en nada. Y sin saber cómo ni porqué, su cuerpo se torció involuntariamente mientras le sorprendía una risotada tan estruendosamente que cualquiera habría pensado que había enloquecido.
—Oiga, lo dijo en serio —insistió con ritmo entrecortado, afectado aún por las carcajadas—. No sé ni me importa cuántas veces se lo han dicho, pero... esto no es lo que parece. Es sólo... un error... ¡un catastrófico y retorcido error del destino! ¡Tiene que creerme!
—¿Y cuándo exactamente sucedió el error? ¿Antes o después de haber huido con su camarada justo cuando le amenazaba con la navaja en la garganta? —su rostro mostró su usual semblante. Cualquier pizca de compasión había desaparecido de él.
—Yo iba a entregarme, él haló de mí... ¡Me obligó!
—Es suficiente, señor... Kim Junsu —dijo con desdén, fingiendo no recordar con quien trataba—. Ya dará las explicaciones pertinentes en el lugar que le corresponde. Mientras tanto, esperará aquí.
—Sé mis derechos. No pueden retenerme indefinidamente sólo por esto.
—No... —señaló retirándose pausadamente, regocijado en cada palabra que pronunciaba—. Al menos si paga la fianza. Lo cual no es su caso, ¿verdad?
El aludido apretó las mandíbulas de impotencia mientras observaba con rabia como aquel recio agente abandonaba el lugar con un aire de suficiencia. Aunque, ido el demonio, sabía que él continuaría en el infierno...
.
.
Eran más de las dos de la madrugada cuando el viento volvió a pegarle fuerte en la cara. Junsu cerró sus ojos y tomó tanto aire como le permitió su pecho. Ni siquiera sabía cuánto tiempo había pasado en las celdas de la comisaria, pero no había nada en el mundo que deseará más que salir de allí y perderla, a ser posible, para siempre de su vista.
Al siguiente día debería hacerle una visita a su mejor amigo y darle muchas explicaciones acerca del incidente que había sufrido. Aún recordaba las palabras del inspector Jung Yunho antes de comunicarle —con cierta desaprobación— que le habían pagado la fianza: “parece que a pesar de todo, sí que tienes buenos amigos”. No sabía que sería de él sin su ayuda, y ni mucho menos, cómo podría pagársela. Literalmente.
Se sacudió las ropa cuando llegó a la parada del autobús más cercano. Estaba que daba pena... Con el cuerpo adolorido y las ropas desgarradas por haber caído por la alcantarilla, justo cuando aquel hijo de mala madre le había arrastrado con él mientras el pelotón de policías marchaba en su busca, dejándolo en la estocada cuando más le convino. Aunque... Junsu lo pensó de nuevo...
Si no recordaba mal, desde el momento en que los agentes le obligaron a salir del auto, había sido él quien cargara con la bolsa de dinero en todo momento y no recordaba haberla entregado. Ni a los oficiales, ni al atracador en cuestión.
Estuvo tentado a indagar más en aquella desconcertante cuestión, pero una punzada despiadada le atravesó la cabeza y no tuvo muchas más ganas de obligar a su cerebro a trabajar por lo que quedaba de noche. Quería olvidar pronto toda esa pesadilla.
El autobús llegó presto y antes de lo que imaginó, ya estaba apostado a los pies de su casa. Se paró frente a la puerta y miró al suelo mientras daba pequeños brincos y hacía crujir cada uno de sus huesos. Quería estar preparado antes de enfrentar a su madre, a quien afortunadamente, su buen amigo le había ahorrado la preocupación del incidente por el cual había pasado, excusando su ausencia del hogar por un grave incendio en el aeropuerto que había tenido demasiado atareado al hospital. Aunque dadas sus pintas... Parecía que era él quien había sido víctima del mismo.
Buscó la llave de emergencia escondida bajo una de las macetas que adornaban el estrecho pasillo, y cuando se hubo adentrado en el recibidor y entreabierto los labios para llamar la atención de su progenitora, escuchó las carcajadas de ésta entrelazadas con la voz de otra persona.
Aquello le desconcertó, aparte de por la tardía hora que era, por el hecho de que se trataba inconfundiblemente de la voz de un hombre. Junsu enarcó una ceja y se encaminó a paso tímido hacía la puerta del salón, la única que parecía desprender luz en la casa.
—¡Junsu, cariño! —exclamó la mujer dando un salto del sillón—. ¡Estaba tan preocupada por si te estabas alimentando bien después de tantas horas de trabajo! Aunque, ahora que puedo verte empiezan a inquietarme otras cosas... —añadió estudiando de arriba a abajo su descuidada figura. Se acercó a él enseguida para estrecharlo en sus brazos—. ¿Por qué este aspecto? ¿Ha ido todo bien en el hospital?
—Podría haber estado mejor... —se limitó a decir satisfecho de que aquello conformara a su madre, quien parecía mucho más animada ante la idea de presentarle a su misterioso invitado.
—Acércate un momento, por favor. Tenía muchas ganas de presentaros —dijo contentísima mientras halaba de su mano—. La verdad es que llegó poco después de que te marcharas y me pareció una lástima que no pudieras conocerle para ayudarle más o menos a orientarse por la ciudad en sus primeros días aquí. No sé qué habría hecho sin él. Me ha hecho muchísima compañía mientras tú no estabas —aseguró con una sonrisa pletórica. Junsu fue capaz de olvidar todo malentendido al ver tanta felicidad en el rostro de su madre—. Tu hermano tenía razón cuando aseguraba que había elegido a un buen chico para realizar el intercambio...
Junsu sintió que la tranquilidad regresaba por primera vez a su cuerpo. Después de tantas desventuras y tensiones, era agradable recibir una buena noticia. Aunque, a pesar de las alentadoras palabras de su madre, cuando el joven acomodado en el sofá de su pequeño salón se incorporó para darle por fin la bienvenida, sintió un repentino pinchazo acusando en su estómago.
—Encantado de conocerte —dijo el estudiante universitario con una sonrisa de oreja a oreja—. Tú debes ser Junsu, ¿verdad? Vaya... Ha resultado mucho más sencillo reconocer al hermano de Junho que a su madre. Sois muy parecidos.
—Es encantador, ¿no te parece? —murmuró la mujer sin apartarse de su hijo.
—Por cierto, soy Kim Jaejoong. De verdad tenía ganas de verte.
El moreno estuvo a punto de hacer una leve reverencia, pero extrañamente encontró al muchacho extendiéndole la mano. Aquello le desorientó en cierta manera, pues había olvidado las costumbres en los saludos europeos al contemplar en el muchacho unos rasgos tan claramente asiáticos.
Junsu tomó su mano, encontrando que la fuerte sujeción le transmitía una impresión demasiado confusa que aceleraba los ritmos normales de sus palpitaciones cardíacas.
Estaba tan seguro de haberlo visto antes en algún otro lado, que aquella repentina sensación, le aturdía...
—Buenos días, princesa... —masculló en tono despectivo cuando el aludido se sentó sobre la cama inferior de la litera al tiempo que se frotaba una y otra vez el rostro con las manos.
—¿Qué hora es? —logró decir con voz ronca.
—¿Qué importa eso?
Junsu exhaló resignado mientras volvía el rostro. Desde el momento en que se topó con aquel tipo supo que su delicada situación, por muy difícil que pareciese, empeoraría más todavía.
El inspector Jung, en contraste con un aspecto totalmente cautivador, parecía un hombre cultivado por experiencias no muy agradables en su labor como policía. A pesar de su juventud, sus penetrantes ojos parecían haber visto demasiado mundo, por lo que a Junsu no le sorprendió del todo verle ocupando un puesto de tanta importancia como el que tenía.
—¿Ha venido sólo para saludarme? ¿O es que piensa traerme también el desayuno a la cama? —se burló el joven consiguiendo sacar una sonrisa fría del inspector.
—Vengo de revisar tu historial. Tal y como tú querías.
—¿Y bien? ¿Puedo irme ya? —suspiró satisfecho. Quiso controlarse, pero no pudo evitar esbozar una media sonrisa de victoria con claras intenciones de humillar al tipo que llevaba fastidiándole desde que se cruzó en su camino.
—Ni mucho menos... De hecho, gracias a ti hemos conseguido consolidar nuestras sospechas sobre tu culpabilidad en todo este asunto.
—¿Qué? No, espere... ¡¿Qué?!
El moreno se incorporó. Le hubiese gustado sacar los brazos entre los barrotes y sacudir a ese condenado agente hasta hacerle entrar en razón, pero una gélida mirada de éste le aseguró que no sería una buena idea desafiarle, y menos aún, encontrándose en sus circunstancias.
—Es cierto —prosiguió Yunho mientras cambiaba de postura—, no tienes antecedentes policiales y tu expediente académico parece un buen motivo por el cual debería estar orgullosa tu pobre madre. Pero de igual forma, eso te hace cumplir con el perfil que estamos buscando.
—No puede hablar en serio...
—Además, tienes todas las pruebas en tu contra.
—¡Usted estaba allí! —dijo señalándole con el dedo y pegando su rostro a los barrotes—. ¡Vio lo que él me hizo!
El inspector retrocedió sorprendido de una reacción tan temeraria por su parte. Aunque la sonrisa volvió bastante pronto a sus labios. Parecía que estaba disfrutando de aquel momento, torturándolo a su manera.
—Lo único que recuerdo haber visto fue a ti huyendo en un auto robado con el atracador del banco más poderoso de este continente, para luego ayudarle a huir con el botín mientras tú acabas aquí para protegerle. Y honestamente —se detuvo para mofarse a no más de un palmo de distancia de su cara—, con unas notas como las tuyas no es que tu papel aquí resulte de lo más inteligente.
—Por el amor de Dios, ¿cuántas veces tendré que explicarlo? El coche es propiedad de la autoescuela donde me examino. Y ese tipo... ¡no tengo ni la más remota idea de quién es!
—Deberías haberlo investigado antes de involucrarte en asuntos turbios con él...
—¡Que no he hecho nada! ¡Ese sujeto me amenazó con una navaja! ¡Nunca antes lo había visto! —recalcó desesperado, mientras elevaba ligeramente el rostro para que pudiese apreciar con claridad la marca de un corte poco profundo—. Había más de quince agentes allí, todos deberían haber visto que, tan pronto salí del auto con la bolsa, apareció de la nada para tomarme como rehén... Para recuperar esa maldita bolsa que había dejado por error en el coche.
—Por supuesto. Después de haber cometido uno de los golpes más importantes de la década, ¿cómo iba a dejar escapar el fruto de vuestra fechoría después de haber llegado tan lejos? Sólo lamento que nuestra Ley prohibiera haberos acribillado a balazos cuando tuvimos la oportunidad.
El menor le fulminó con la mirada. Se giró sobre sus propios talones y dio un par de vueltas por la celda sin parecer sacar nada en claro.
—No te mortifiques —añadió Yunho observándole con una mirada cortante—. A pesar de todo, creo que no es tu culpa. Incluso puedo llegar a comprender la razón por la que decidiste inmiscuirte en todo esto —el hombre recorrió el lugar con la mirada, como si pretendiera ver más allá de todo eso—. Es este maldito sistema. Se mantiene a costa de estrangular a demasiadas humildes familias, y no eres el único. Yo también he pasado por eso, pero he tenido más luces a la hora de escoger la mejor salida.
Junsu espetó su rostro detenidamente. Parecía que incluso estaba tratando de animarle en serio. Detrás de sus palabras, había escrupulosa severidad, pero también apoyo. De algún modo, parecía entristecido por verse obligado a presenciar escenas como aquella más a menudo de lo que le gustaría, pero... eso no le reconfortó en nada. Y sin saber cómo ni porqué, su cuerpo se torció involuntariamente mientras le sorprendía una risotada tan estruendosamente que cualquiera habría pensado que había enloquecido.
—Oiga, lo dijo en serio —insistió con ritmo entrecortado, afectado aún por las carcajadas—. No sé ni me importa cuántas veces se lo han dicho, pero... esto no es lo que parece. Es sólo... un error... ¡un catastrófico y retorcido error del destino! ¡Tiene que creerme!
—¿Y cuándo exactamente sucedió el error? ¿Antes o después de haber huido con su camarada justo cuando le amenazaba con la navaja en la garganta? —su rostro mostró su usual semblante. Cualquier pizca de compasión había desaparecido de él.
—Yo iba a entregarme, él haló de mí... ¡Me obligó!
—Es suficiente, señor... Kim Junsu —dijo con desdén, fingiendo no recordar con quien trataba—. Ya dará las explicaciones pertinentes en el lugar que le corresponde. Mientras tanto, esperará aquí.
—Sé mis derechos. No pueden retenerme indefinidamente sólo por esto.
—No... —señaló retirándose pausadamente, regocijado en cada palabra que pronunciaba—. Al menos si paga la fianza. Lo cual no es su caso, ¿verdad?
El aludido apretó las mandíbulas de impotencia mientras observaba con rabia como aquel recio agente abandonaba el lugar con un aire de suficiencia. Aunque, ido el demonio, sabía que él continuaría en el infierno...
.
.
Eran más de las dos de la madrugada cuando el viento volvió a pegarle fuerte en la cara. Junsu cerró sus ojos y tomó tanto aire como le permitió su pecho. Ni siquiera sabía cuánto tiempo había pasado en las celdas de la comisaria, pero no había nada en el mundo que deseará más que salir de allí y perderla, a ser posible, para siempre de su vista.
Al siguiente día debería hacerle una visita a su mejor amigo y darle muchas explicaciones acerca del incidente que había sufrido. Aún recordaba las palabras del inspector Jung Yunho antes de comunicarle —con cierta desaprobación— que le habían pagado la fianza: “parece que a pesar de todo, sí que tienes buenos amigos”. No sabía que sería de él sin su ayuda, y ni mucho menos, cómo podría pagársela. Literalmente.
Se sacudió las ropa cuando llegó a la parada del autobús más cercano. Estaba que daba pena... Con el cuerpo adolorido y las ropas desgarradas por haber caído por la alcantarilla, justo cuando aquel hijo de mala madre le había arrastrado con él mientras el pelotón de policías marchaba en su busca, dejándolo en la estocada cuando más le convino. Aunque... Junsu lo pensó de nuevo...
Si no recordaba mal, desde el momento en que los agentes le obligaron a salir del auto, había sido él quien cargara con la bolsa de dinero en todo momento y no recordaba haberla entregado. Ni a los oficiales, ni al atracador en cuestión.
Estuvo tentado a indagar más en aquella desconcertante cuestión, pero una punzada despiadada le atravesó la cabeza y no tuvo muchas más ganas de obligar a su cerebro a trabajar por lo que quedaba de noche. Quería olvidar pronto toda esa pesadilla.
El autobús llegó presto y antes de lo que imaginó, ya estaba apostado a los pies de su casa. Se paró frente a la puerta y miró al suelo mientras daba pequeños brincos y hacía crujir cada uno de sus huesos. Quería estar preparado antes de enfrentar a su madre, a quien afortunadamente, su buen amigo le había ahorrado la preocupación del incidente por el cual había pasado, excusando su ausencia del hogar por un grave incendio en el aeropuerto que había tenido demasiado atareado al hospital. Aunque dadas sus pintas... Parecía que era él quien había sido víctima del mismo.
Buscó la llave de emergencia escondida bajo una de las macetas que adornaban el estrecho pasillo, y cuando se hubo adentrado en el recibidor y entreabierto los labios para llamar la atención de su progenitora, escuchó las carcajadas de ésta entrelazadas con la voz de otra persona.
Aquello le desconcertó, aparte de por la tardía hora que era, por el hecho de que se trataba inconfundiblemente de la voz de un hombre. Junsu enarcó una ceja y se encaminó a paso tímido hacía la puerta del salón, la única que parecía desprender luz en la casa.
—¡Junsu, cariño! —exclamó la mujer dando un salto del sillón—. ¡Estaba tan preocupada por si te estabas alimentando bien después de tantas horas de trabajo! Aunque, ahora que puedo verte empiezan a inquietarme otras cosas... —añadió estudiando de arriba a abajo su descuidada figura. Se acercó a él enseguida para estrecharlo en sus brazos—. ¿Por qué este aspecto? ¿Ha ido todo bien en el hospital?
—Podría haber estado mejor... —se limitó a decir satisfecho de que aquello conformara a su madre, quien parecía mucho más animada ante la idea de presentarle a su misterioso invitado.
—Acércate un momento, por favor. Tenía muchas ganas de presentaros —dijo contentísima mientras halaba de su mano—. La verdad es que llegó poco después de que te marcharas y me pareció una lástima que no pudieras conocerle para ayudarle más o menos a orientarse por la ciudad en sus primeros días aquí. No sé qué habría hecho sin él. Me ha hecho muchísima compañía mientras tú no estabas —aseguró con una sonrisa pletórica. Junsu fue capaz de olvidar todo malentendido al ver tanta felicidad en el rostro de su madre—. Tu hermano tenía razón cuando aseguraba que había elegido a un buen chico para realizar el intercambio...
Junsu sintió que la tranquilidad regresaba por primera vez a su cuerpo. Después de tantas desventuras y tensiones, era agradable recibir una buena noticia. Aunque, a pesar de las alentadoras palabras de su madre, cuando el joven acomodado en el sofá de su pequeño salón se incorporó para darle por fin la bienvenida, sintió un repentino pinchazo acusando en su estómago.
—Encantado de conocerte —dijo el estudiante universitario con una sonrisa de oreja a oreja—. Tú debes ser Junsu, ¿verdad? Vaya... Ha resultado mucho más sencillo reconocer al hermano de Junho que a su madre. Sois muy parecidos.
—Es encantador, ¿no te parece? —murmuró la mujer sin apartarse de su hijo.
—Por cierto, soy Kim Jaejoong. De verdad tenía ganas de verte.
El moreno estuvo a punto de hacer una leve reverencia, pero extrañamente encontró al muchacho extendiéndole la mano. Aquello le desorientó en cierta manera, pues había olvidado las costumbres en los saludos europeos al contemplar en el muchacho unos rasgos tan claramente asiáticos.
Junsu tomó su mano, encontrando que la fuerte sujeción le transmitía una impresión demasiado confusa que aceleraba los ritmos normales de sus palpitaciones cardíacas.
Estaba tan seguro de haberlo visto antes en algún otro lado, que aquella repentina sensación, le aturdía...
kyaaaa estubo muy buenooo,
ResponderEliminara que el estudiante de intercambio es el
mismo que lo inculpo XD
siguelo pronto que esta muy bueno
Ahhhhhhhhh!!!!!!!!Quiero conti, quiero conti...
ResponderEliminarMe has dejado (O.o)
QUIERO MAS!!!!!!!!
Al fin se conocieron Junsu y Jae!
ResponderEliminarGracias
Una muy buena historia sin continuación.
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