Imagina que te disparan. No sabes quién fue. No sabes de dónde vino. Sólo lo oyes. Un sonido ensordecedor, fuerte. No alcanzas siquiera a pensar. La bala es demasiado rápida como para darte tiempo. Ni siquiera puedes girarte cuando sientes una punzada atravesar tu cuerpo. La bala ha impactado contra tu espalda. Sientes cómo quema tu piel. Avanza. Atraviesa tu carne. Sientes todo lentamente, como si el tiempo hubiera disminuido y todo sucediera en cámara lenta. Tus ojos se abren. Tus labios tiemblan. Otro ruido fuerte. Un disparo más. Tus rodillas se doblan solas y caes. Te han dado en la pierna. La bala atraviesa su muslo derecho. Sientes tu pierna acalambrarse, y cuando te das cuenta estás en el suelo, con el rostro contra el suelo gélido.
No entiendes nada. No sabes qué está pasando. Sientes una punzada y toses con fuerza, sintiendo cómo algo sale de tu boca. Es sangre. Toses y duele horriblemente. Intentas moverte, pero es imposible. La bala ha impactado contra tu pulmón izquierdo. La sangre brota sin parar. Mueves tu mano, aquella temblorosa y cobarde. Intentas en vano detener la sangre que brota de tu boca. Es imposible. Continúas tosiendo con dolor.
Oyes un fuerte grito, desgarrador, y entonces otro disparo irrumpe en el silencio de la noche. Pero esta vez no llega a tu cuerpo. Oyes un cuerpo cayendo a lo lejos, y ves a alguien corriendo hacia ti. Es él. Aquella persona a la que tanto quisiste, a pesar de todo lo que pasó. Y en ese momento te das cuenta de que estás llorando. El miedo se apodera de tu ser cobarde, y no puedes evitar llorar. Y tampoco puedes evitar arrepentirte de todo lo que viviste. Te sientes arrepentido por lo que deseaste, porque tú, TÚ deseaste morir. No ahora, no ayer, pero alguna vez lo deseaste. Y ahora te arrepientes, y lloras, porque tienes miedo. Porque ya no quieres morir. Porque cambiaste de opinión y la muerte te aterra. Porque no importa cuánto hayas sufrido en tu vida, porque no importa cuánto dolor hubo, y porque tampoco importa cuánto lo hayas deseado en esos momentos de debilidad, la muerte te aterra, como a cualquier otra persona.
Y ese alguien que se te acercó te sujeta entre sus brazos. Sientes tu cuerpo entumecerse. Tienes mucho frío y tiemblas de pies a cabeza. Intentas mirar a esa persona. Es imposible, pues tus lágrimas te impiden ver con claridad. Oyes un llanto. Un sollozo. Viene de ti. Estás llorando porque realmente estás atemorizado.
“No quiero morir” intentas decirle a esa persona. “Tengo miedo. No quiero morir. Ayúdame”. Pero sólo logras emitir rasposos e inentendibles sonidos, ahogados por la sangre. Sientes el sabor metálico en tu boca, en tu lengua, en tus dientes. Y el frío comienza a causarte sueño.
- ¡N-no! ¡Por favor, resiste!
Reconoces esa voz. La reconocerías donde fuera. Sientes unas manos acariciar tu rostro. Y sabes que te estás yendo. Y oh, sientes tanto miedo. Millones de imágenes pasan frente a ti. Tus padres, tus hermanas. No las ves desde hace mucho. Entonces tus amigos aparecen frente a ti. Y esa última persona, la misma que ahora lo sostiene. La misma que llora tu nombre y grita pidiendo ayuda.
Te sientes débil. Tan débil que decides rendirte. Ya no puedes más. “Lo siento tanto” piensas, y sin dejar de llorar, todo comienza a desvanecerse.
Y en ese momento, mientras tu miserable vida se apaga de una vez, comienzas a recordar cómo… Cómo llegaste a esto. Cómo de un momento a otro tu vida cambió tan drásticamente, llevándote a la muerte como a la que estás a punto de llegar…
Todo comenzó con un disparo.
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