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Arualthings

El final de nuestro camino - prólogo

¿Cómo empezaré? ¿Qué puedo decir, o explicar, si cuanto anote en estas páginas estará dirigido a mí mismo? Sin embargo, por eso estoy acá. Para explicarme y entenderme. Pero no sé cómo empezar. Cómo iniciar una lucha con la certeza de la derrota.

Según mi padre -quien fue quien me impuso a venir- lo más hermoso de vivir la vida es la incertidumbre de no saber qué nos depara el futuro. El vivir sin imaginarse si quiera que ocurrirá mañana, el próximo mes, el año que viene. Sin poder advertirnos a nosotros mismos acerca de un error que cometeremos, una palabra que será malentendida, una herida pronta, un dolor trascendente e incluso, una muerte cercana. Moverse a tientas por la oscuridad de cada segundo y minuto; sintiendo y percibiendo cada sorpresa que la vida nos regala. Con el miedo y la curiosidad de lo que sucederá. Esperando lo que el destino nos depara.

Y lo más triste, me decía, es la batalla perdida de antemano. O aquella ganada. Porque inevitablemente, nuestras acciones siempre nos llevarán a ese algo que está predestinado y prescrito, incluso antes de que nos concibieran el don de la vida. A pesar de que lo supiésemos de ante mano, sería imposible tratar de enmendarlo. Por esta razón, y por la aventura mezclada con angustia y emoción que nos produce la vida, es mil veces más vital y real el dar un paso a tientas que pisar en una huella prefijada y meditada con anterioridad, la cual ya sabemos a qué nos llevará. Y esta contradicción es la que le da forma a nuestra vida. El caminar a tientas y sin meditar nuestros pasos, hacia un destino, irónicamente, planeado desde antes.
Tal vez en el fondo, esta mañana, cuando mi padre me acompañaba a pasos lentos y silenciosos hacia la estación, sabía realmente el fracaso que me esperaba. Mejor dicho, el fracaso era un hecho. No hacía falta subrayarlo ni hablarlo. El fracaso era. Es.
Se despidió de mí con palabras muertas, inertes y rutinarias, mientras su mente estaba ocupada con otros problemas. Más bien, otro problema. Mi problema. Y él, lamentablemente, no podía hacer nada. Y tampoco había podido hacer algo antes.

A estas alturas, tratar de arreglar el fatal desenlace de mi historia –nuestra historia, mía y de él- con largas charlas sobre la superación y frases como “la vida sigue” sería tan inútil como obligarme a borrar de mi ser todo recuerdo y paso de él por mi vida. Y con ese “él”, no me refiero a mi padre.

Me palmoteó la espalda –después de haberse arrepentido de abrazarme- mientras me repetía los cuidados que debía tener con el frío de la noche, mi alimentación y sobre todo, el objetivo principal de todo esto. Le asentí mecánicamente, muerto en vida, a cada palabra que me dijo y que repitió. Y una sonrisa forzada se formó en mis labios.
Débil, confuso, ido, anciano, esa es la ultima visión que tengo de él. Una figura gris que desaparecía, borrosa y que se hacía cada vez más pequeña, mientras mi tren avanzaba hacia mi futuro. Dejando atrás a mi padre. Dejando atrás todo.

Dejándolo atrás. A él.

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