“No quiero ir…”
“Tienes que… recuerda lo que dijo el doctor”.
“Pero no quiero dejarte”.
“Lo sé… pero mientras más rápido te recuperes, más rápido volverás a mi”.
“Tienes, razón… Lo haré, lo haré por nosotros y cuando vuelva juntos enfrentaremos a mi padre… Te amo”.
“También te amo Jaejoong”.
*****
“Aten a los perros, den la señal para que se reúnan los cazadores y demos la vuelta a la ciudad. La noche se acerca, es día de Todos los Santos y estamos en el Monte de las Ánimas”
“¡Tan pronto!”
“De ser otro día, no dejaría yo escapar a esa manada de lobos que las intensas nieves han arrojado de sus madrigueras; pero hoy es imposible. Dentro de poco sonará la oración de los guerreros y las ánimas de los difuntos comenzarán a tocar su campana en el templo del monte”.
“¿Ese templo ruidoso y arruinado? ¿Quieres asustarme?”
“No, primo. Tú ignoras cuanto sucede por estas tierras porque aún no hace un año que has venido a él desde muy lejos. Refrena tu yegua, yo también pondré la mía al paso y mientras dure el camino te contaré su historia”.
Los cazadores se reunieron en alegres y bulliciosos grupos. El rey Jung y su cuñado, el rey Kim, montaron en sus magníficos caballos y todos juntos siguieron a sus hijos Jaejoong y Yunho, que precedían la comitiva a bastante distancia.
Mientras duraba el camino, Yunho narró en estos términos la prometida historia.
“Ese monte que hoy llaman de las ánimas pertenecía a los soldados de nuestro difunto abuelo, cuyo templo ves allí, al margen del río. Los soldados eran conocidos por ser guerreros templarios y religiosos a la vez. Bajo las ordenes del rey, su deber era defender la ciudad por la parte del puente, haciendo en ello notable agravio a los nobles de la ciudad, que así hubieran solos sabido defenderla como solos la conquistaron. Entre los legendarios soldados y los nobles fermentó por algunos años, y estalló al fin, un odio profundo. Los primeros tenían apartado ese monte, donde reservaban caza abundante para satisfacer sus necesidades y contribuir a sus placeres. Los segundos determinaron llevar a cabo una gran cacería, a pesar de las severas prohibiciones de los guerreros. Cundió el reto, y nada pudo detener a los unos en su manía de cazar y a los otros en su empeño de estorbarlos. La proyectada expedición se llevó a cabo, ya ni las fieras importaban. Aquello no fue una cacería, fue una batalla espantosa. El monte quedó sembrado de cadáveres. Los lobos a quienes se quiso exterminar tuvieron un sangriento festín. Por último, intervino la autoridad del rey: el monte, maldita ocasión de tantas desgracias, se declaró abandonado y el templo de los soldados, situada en el mismo monte y en cuyo terreno se enterraron juntos amigos y enemigos, comenzó a arruinarse. Desde entonces dicen que cuando llega la noche de difuntos se oye doblar sola la campana del templo, y que las ánimas de los muertos, envueltos en jirones de sus uniformes, corren como en una cacería fantástica por entre los árboles y malezas. Los animales huyen espantados, solo los lobos aúllan como recordando aquella masacre. Al otro día muchos aseguran haber visto impresas en la nieve las huellas de los descarnados pies de los esqueletos. Por eso en Daegu le llamamos el Monte de las Ánimas, y por eso he querido salir de él antes de que cierre la noche”.
El relato de Yunho concluyó justamente cuando los dos jóvenes llegaban al extremo del puente que da paso a la ciudad por aquel lado. Allí esperaron al resto de la comitiva, la cual, después de incorporársele los dos jinetes, se perdió por entre las estrechas y oscuras calles de Daegu.
Los sirvientes acababan de levantar los manteles, la alta chimenea del palacio despedía un vivo resplandor iluminando algunos grupos de damas y caballeros que alrededor de una mesa, adornada con los más exquisitos dulces, conversaban familiarmente. Solo dos personas parecían ajenas a la conversación general: Jaejoong y Yunho. Jaejoong seguía con los ojos, absorto en un vago pensamiento, los caprichos de la llama. Yunho miraba el reflejo de la hoguera chispear en los penetrantes ojos del otro.
Ambos guardaban hacía rato un profundo silencio. Las señoras presentes intercambiaban, apropósito de la noche de difuntos, cuentos tenebrosos en que los espectros y los aparecidos representaban el papel principal.
“Querido primo”, exclamó al fin Yunho, rompiendo el largo silencio en que se encontraban. “Pronto vamos a separarnos, tal vez para siempre; los desolados montes, sus costumbres toscas y guerreras, sus hábitos sencillos y patriarcales sé que no te gustan; te he oído suspirar varias veces, ¿acaso… por algún amor que dejaste atrás? ¿Una bella mujer… o un galante hombre quizás?”
Jaejoong hizo un gesto de fría indeferencia: todo un carácter engreído se reveló en aquella contracción de sus labios.
“Tal vez porque la salud que has venido a buscar ya se te fue devuelta”, se apresuró a añadir el joven. “De un modo o de otro, presiento que no tardaré en perderte… Al separarnos, quisiera que llevases una memoria mía… ¿Te acuerdas cuando fuimos al claro a practicar? Mi espada cautivó tu atención y no solo por lo filosa y ligera que era, sino también por el adorno que colgaba de ella ¡Realmente quisiera que te quedaras con él! Es uno de mis más preciados tesoros: mi padre se lo regaló a la que me dio la vida y ella lo llevó al altar… ¿Lo quieres?”
“No sé en el tuyo”, contestó el hermoso joven. “Pero en mi reino, una prenda recibida significa compromiso. Sólo en un día de ceremonia debe aceptarse un presente de manos de un deudo”.
El acento helado con que Jaejoong pronunció estas palabras turbó por un momento al más alto, que, después de serenarse, dijo con tristeza.
“Lo sé primo pero hoy se celebran todos los santos, y el tuyo entre ellos, hoy es día de ceremonias y presentes ¿Quieres aceptar el mío?”
Jaejoong se mordió ligeramente los labios y extendió la mano para tomar el presente, sin añadir una palabra. Los dos jóvenes volvieron a quedarse en silencio, y se volvió a oír la cascada voz de los mayores que hablaban de brujas y fantasmas, y el zumbido del aire que hacía crujir los vidrios de las ventanas, y el triste y monótono doblar de las campanas.
Al cabo de algunos minutos, el interrumpido diálogo se reanudó.
“Y antes de que concluya el día de todos los santos, en que así como el tuyo se celebra el mío, y puedes, sin atar tu voluntad, dejarme un recuerdo, ¿no lo harás?”, dijo Yunho clavando una mirada en la de su primo, la cual brilló como un relámpago, iluminada por un pensamiento diabólico.
“¿Por qué no?”, exclamó éste llevándose la mano hacia su manga derecha como para buscar alguna cosa entre los pliegues de su ropa… Después, con una infantil expresión de sentimiento, añadió:
“¿Te acuerdas de la banda azul que llevé hoy a la cacería y que tanto te gustaba desde que éramos niños?”
“Sí”.
“Pues… ¡Se ha perdido! Se ha perdido y pensaba dejártela como un recuerdo”.
“¡Se ha perdido! ¿Y dónde?, preguntó Yunho incorporándose de su asiento y con una indescriptible expresión de temor y esperanza”.
“No sé… en el monte quizás”.
“¿En el Monte de las Ánimas?”, murmuró palideciendo y dejándose caer sobre un sillón de terciopelo. “En el Monte de las Ánimas…”
Luego prosiguió con voz entrecortada y sorda.
“Tú lo sabes, porque lo habrás oído mil veces; en la ciudad, en todo el reino, me llaman el rey de los cazadores. No habiendo aún podido probar mis fuerzas en los combates, como mis ancestros pero he llevado a esta diversión, imagen de la guerra, todo el ardor hereditario de mi raza. La alfombra que pisan tus pies son despojos de fieras que han muerto por mi mano. Yo conozco sus guaridas y sus costumbres; y he combatido con ellas de día y de noche, a pie y a caballo, solo y en batida, y nadie dirá que me ha visto huir del peligro en ninguna ocasión. Otra noche volaría por esa banda, y volaría gozoso como a una fiesta, y sin embargo, esta noche… esta noche, ¿por qué ocultártelo? Tengo miedo… ¿Escuchas? Las campanas doblan, la oración se ha dicho y las ánimas del monte comenzarán ahora a levantar sus amarillentos cráneos de entre las malezas que cubren sus fosas…”
Mientras el joven hablaba, una sonrisa imperceptible se dibujó en los labios de Jaejoong, que, cuando hubo concluido, exclamó con un tono indiferente y mientras atizaba el fuego del hogar, donde saltaba y crujía la leña, arrojando chispas de mil colores.
“¡Claro! De ninguna manera ¡Qué locura! ¡Ir ahora al monte por semejante estupidez! ¡Una noche tan oscura, noche de difuntos, y plagado el camino de lobos!”
Al decir esta última frase, la recargó de un modo tan especial, que Yunho no pudo menos que comprender toda su amarga ironía; movido como por un resorte, se puso de pie, se pasó la mano por la frente, como para arrancarse el miedo que estaba en su cabeza y no en su corazón, y con voz firme exclamó, dirigiéndose al otro hombre, que estaba aún inclinado sobre el hogar entreteniéndose en resolver el fuego.
“Adiós Jaejoong, adiós y hasta pronto”.
“¡Yunho, Yunho!”, dijo éste volviéndose con rapidez; pero cuando quiso o aparentó querer detenerle, su primo había desaparecido.
A los pocos minutos se oyó el rumor de un caballo que se alejaba al galope. El apuesto joven, con una radiante expresión de orgullo satisfecho que coloreó sus pálidas mejillas, prestó atento oído a aquel rumor que se debilitaba, que se perdía, que se desvaneció por último.
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Oh, Yunho lanzándose a la aventura por la banda de su adorada... adorado... es que Jaejoong sonó como a damisela... de por sí todo el ambiente y la forma de narración me recuerdan a los lais bretones ^^
ResponderEliminarA ver qué pasa... ¿a poco lo va a dejar ir solo? ¿Si la recupera, jaejoong le dará su dulce cuerpo a ese caballero sin memoria? jeje ^^ quiero saber
temo que el dulce y hermoso "damisela" jaejoong perdera a su bravo y valiente caballero..
ResponderEliminarsolo por una cinta..
espero que no pobre yunho...
gracias si que esta interesante XD...katyna
Pobre Yunho mira que ir al monte de las animas justo en la noche mas oscura y tenebrosa, T.T solo espero que no le pase nada malo.
ResponderEliminar^^ Esta realmente interesante y la naracción es muy buena. Estare esperando pasientemente por el siguiente capitulo.
si jessi tns razon si se pudiera yo te acompañaria
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