El Casamentero
Kim Jaejoong nació como un niño inusual. En Corea un hijo era considerado únicamente bueno en la medida que lo era la fuerza de su agarre, un testimonio de cuán duramente sería capaz de laborar sobre sus campos, y el poder de sus facciones: ojos pequeños que sirvieran de sombra frente al poder del sol, piel áspera que hiciera frente a los elementos durante la temporada de cosecha, y una constitución fuerte.
Jaejoong nació un mediodía después de una inusualmente brillante mañana de invierno. Su piel era tan pálida como la nieve que cubría los exteriores de las habitaciones de su madre, sus ojos grandes y alargados, y su roce tan delicado como la suave manta de piel de cordero en la que lo envolvieron.
“Tu hijo es un buey,” una de las parteras anunció a la dama Kim, “Será un gran trabajador. Gentil y bueno.”
El zodiaco era algo nuevo y exótico para Corea. Una importación de su vecino, China, que había sido utilizado solamente desde hace unos cuantos años por los adivinadores coreanos para fines matrimoniales. No todos creían en las características del zodiaco, pero hablar de las buenas cualidades asociadas al signo de un hijo era siempre útil en aliviar los temores de una nueva madre.
Sin embargo por más gran trabajador que su signo lo llamara a ser, todas las damas le echaban un vistazo al niño y agradecían a los cielos que hubiera nacido en una familia de clase alta. Tan solo era un recién nacido y ellas ya podían decir que Jaejoong era demasiado frágil para ir siquiera con la idea de la vida obrera. Las parteras rieron para sus adentros, susurrando en voz baja. Un hijo era el orgullo de una mujer, pero para la dama Kim hubiera sido mejor dar a luz una niña en lugar de a tan hermoso niño.
Los rumores solo se hicieron más fuertes conforme el pequeño Jaejoong comenzaba a crecer. A pesar de que vivía en medio de la belleza y la opulencia, aún era una rara visión y la gente se asomaba para verlo desde sus puertas serigrafiadas y ventanas con celosías cada vez que acompañaba a su madre al mercado. Nunca habían visto a un niño con tan fino cabello, ojos grandes, y con la piel del color de las wolbaek...las flores imperiales de pera que se dejaban apreciar en raros días de primavera.
“Mi lindo Jae,” su madre solía decir mientras tejía pequeñas chaquetas de lana de cordero, “ni siquiera tu hermana es tan bella como tú.”
Jaejoong, de dos años para aquel entonces, no podía hacer nada más que escuchar con profunda admiración la melodiosa voz de su madre y perderse entre los sedosos pliegues de su hanbok. Su diminuta cabeza asomaba por entre el mar rosa brillante en el que se había sumergido e incluso la discreta y moderada Dama Kim no pudo evitar soltar una risita ahogada a causa de su adorable hijo.
“Si fueras una niña entonces podrías ser desposado por la familia Imperial sin duda alguna,” dijo ella en un ligero suspiro. Jaejoong le dio de palmaditas a su pie con suavidad, como si pudiera sentir su decepción.
“Tú eres mi único hijo, sin embargo,” La dama Kim prosiguió. “Mi honor. Tú harás grandes cosas, Jaejoong-ah. Yo lo sé.”
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Cuando Jaejoong cumplió los cuatro años de edad su belleza estaba ya cimentada y sus padres recibieron una visita de Kang Shyu Bin, el casamentero real.
Era raro que el hombre hiciera una visita al pueblo y ya los vecinos habían tomado nota, preguntándose que estaría haciendo allí. Con seguridad no era momento de que la hija mayor de los Kim sea desposada, y el adivino que había estado allí para elaborar las cartas celestes por el segundo hijo de los Kim (un saludable niño de nombre Junsu) se había marchado hace tan solo dos días.
Kim RyeoWon, el cabeza de familia, había dado la bienvenida al casamentero en su casa, ofreciéndole asiento en uno de los cojines de seda mientras un sirviente se apresuraba a servirles el té. La Dama Kim se sentó delicadamente por detrás de su marido, inclinando la cabeza ante el invitado.
El pequeño Jaejoong estaba agazapado en lo más alto de la escalera de madera. Su cuerpo de tan solo cuatro años temblaba de curiosidad. Tener a un nuevo invitado en casa era mucho más emocionante que ver a su hermana cuidar de su pequeño hermanito. No obstante se quedó plantado en el último escalón, oculto tras una cortina de seda, inclinándose para escuchar trozos y fragmentos de la conversación que él ni siquiera podía comprender en su totalidad. Incluso a tan corta edad sabía mejor que nadie que no debía entrar en un lugar donde los mayores estuvieran conversando.
“Nos honra con su presencia, Maestro Kang,” Kim RyeoWon dijo, “pero temo que nuestra hija mayor acaba de cumplir su décimo año de edad. Ella aún es demasiado joven para una alianza matrimonial.”
“No es por su hija que estoy aquí,” el casamentero dijo con calma, “sino más bien por su hijo mayor.”
Esto inmediatamente captó la atención de ambos Kim. La Dama Kim incluso olvidó su modestia por un breve minuto, emitiendo un grito ahogado.
“¿Jaejoong?” RyeoWon dijo con el entrecejo fruncido, “Ciertamente no hay nada útil que un casamentero pueda encontrar en un niño de tan solo cuatro años.”
Shyu Bin se removió un poco sobre su cojín. “Esta propuesta es muy inusual, sin embargo el Emperador y la Emperatriz están buscando un hermano de compañía para su hijo.”
“¿Hermano de compañía?” RyeoWon preguntó. Este no era un término que le fuera familiar. Incluso con su padre siendo uno de los funcionarios con más alto rango del último emperador, el término 'hermano de compañía' no había llegado a sus oídos conforme él iba creciendo entre y alrededor de los muros del palacio imperial.
“Sí. Alguien que proporcionará compañía al príncipe a medida que crezca, una especie de hermano. Así como las mujeres tienen a sus hermanas de compañía, labor que desempeñan por el resto de sus vidas.”
RyeoWon se sentó en silencio de nuevo, contemplando lo que el casamentero acababa de decir. Este tipo de compromiso entre hombres era casi inaudito. Las damas siempre formaban lazos de hermandad antes y después del matrimonio. Era para ellas una manera de crear una comunidad con el fin de criar los hijos y lamentarse sobre sus penas la una a la otra. El deber de un hombre, sin embargo, era uno solitario. Él era el que proveía a su familia y sentaba el ejemplo para su vecindario al seguir el Código Imperial—Los Tres Principios Básicos y las Cinco Leyes establecidas por el Emperador. Por causa de esto, no había necesidad para ellos de crear lazos de camaradería con alguien más.
“El Emperador y la Emperatriz están preocupados por el desarrollo de su hijo,” el casamentero continuó, “él es su único hijo y ya que es al próximo heredero, no se le está permitido mezclarse con los hijos de las concubinas. Ellos quieren que aprenda a convivir con otros de modo que cuando crezca para ser el Emperador se convierta en un digno guardián y en un pilar para su pueblo.”
La Dama Kim se inclinó hacia adelante y susurró algo en el oído de su esposo.
“¿Por qué escogieron a Jaejoong?” RyeoWon preguntó, repitiendo las palabras de su esposa.
“Su hijo coincide con el príncipe en todos los principios necesarios,” el casamentero dijo calmadamente, “Ambos niños nacieron el mismo año. Del calmado temperamento de Jaejoong se ha hablado mucho y este servirá como un buen contraste a los revoltosos modos del príncipe. Además su hijo nació bajo el signo del Sol, el cual es la mejor combinación para el signo del Príncipe Dragón.”
“El Sol y el Dragón,” La Dama Kim susurró. Ambos eran conocidos por ser los signos masculinos más fuertes bajo los cuales se podía nacer y un compromiso entre los dos sería de seguro largo y próspero.
“Como saben,” Shyu Bin continuó, “esta fue una petición directa desde la mismísima familia imperial. Tal unión entre el príncipe y su hijo traerá a su familia mucha prosperidad. Sería imprudente negarse...”
Y por supuesto así sería. Un hijo era el orgullo de su familia, sin embargo no había orgullo más grande que servir a la familia imperial.
Y solo así, el joven Kim Jaejoong fue apartado de su familia y de su hogar incluso antes de que creciera lo suficiente como para realmente echarlos de menos.
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