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El Dragón y El Sol - Cap. 2


Infancia y Piedad filial


La primera vez que Kim Jaejoong se reunió con Shim Changmin, ambos chicos eran demasiado jóvenes como para en realidad comprender la magnitud de lo que su relación significaría. Dos niños de cuatro años de edad no eran capaces de captar la idea de hermanos para toda la vida, pero eran capaces de reconocer a nuevos y excitantes compañeros de juego.

Cuando el casamentero había descrito a Changmin como un niño problema, no había estado bromeando. En efecto parte de la desesperación del Emperador y la Emperatriz por encontrar una compañía para su hijo había sido para que de ese modo su espíritu salvaje pudiera ser domado.

Los peores atributos de un Buey eran su obstinación, su mal genio, y sus mohinescas y apáticas posturas. Shim Changmin era culpable de todos ellos. Era un niño mimado, siendo el único hijo del Emperador, y era proclive a quejarse y hacer una pataleta cuando sea que las cosas no iban a su manera. Era mandón a un grado extremo y desde el momento en que dio sus primeros pasos constantemente andaba detrás de los sirvientes, quejándose por todo con lo que su pueril vocabulario pudiera permitirle.

Los mejores atributos de un buey eran su autenticidad, su motivación, y su amigable naturaleza. Kim Jaejoong, incluso desde la temprana edad de cuatro, mostraba todos estos signos. Él daría sus primeros pasos por los alrededores junto a su nuevo amigo, escuchando cada queja con infinita paciencia. Nunca le reprochaba nada a su compañero, pero no le consentía nada tampoco.

Después de todo, ambos chicos tenían cuatro años y los dos eran testarudos bueyes. Si Jaejoong estaba jugando con un juguete nunca se lo cedería a Changmin, no importando cuánto el otro niño gimoteara y se quejara. En su lugar le ofrecía compartir el juguete, del mismo modo en el que Jaejoong compartía sus galletas con Changmin durante la hora de los bocadillos.

Si Changmin no quería escucharlo entonces Jaejoong simplemente lo ignoraría por el resto del día, siguiendo en complacido silencio hasta que el joven príncipe se disculpara, temeroso de perder a su único amigo.

De este modo Shim Changmin aprendió rápidamente que no importa cuánto los otros se inclinaran ante él y cumplieran cada uno de sus deseos, cuando se trataba de Kim Jaejoong simplemente era mejor hacer lo que el otro niño quería de él.

Esta fue una lección que, muchos muchos años por delante, le causaría un gran dolor a Changmin ignorar.

~~~***~~~

Estaciones pasaron rápidamente y durante el tercer invierno después que Jaejoong hubiera dejado su hogar, el Emperador decidió que era momento de que comenzara la educación formal para los dos muchachos quienes habían sido enclaustrados dentro de los cálidos confines de los muros de palacio.

Hasta este punto, no hubo diferencia alguna en la forma en que los muchachos fueron criados. A ambos les eran obsequiados ropajes hilados a partir de la más fina seda importada de China. Los sirvientes los trataban a ambos como si fueran los pequeños amos de la casa. El Emperador y la Emperatriz no tenían mucha interacción con ellos dos, lo cual era común en el palacio. Pero las pocas veces en que ellos se aventuraban al ala de los niños, siempre trataban a Jaejoong con amabilidad, regalándole terrones de azúcar y finas chaquetas bordadas con hilos de oro.

Sin embargo, a lo largo de su educación era la primera vez que los muchachos entendían cuán diferentes eran sus caminos. Aunque el Emperador los proveyó a ambos de tutores de alta calidad, Changmin iba a ser Emperador y sus estudios eran muy diferentes a los de Jaejoong.

Como un niño cuya identidad y propósito era al mismo tiempo servir de compañía para el Príncipe, el Emperador había decidido que era mejor convertir a Jaejoong en un erudito y un calígrafo.

Changmin recibía sus lecciones dentro, en las cargadas habitaciones con seda que cubría los altos ventanales e incienso ardiendo en los rincones. Su cabeza estaba repleta de todos los principios que un Emperador necesitaba saber—la mecánica de funcionamiento de un país, lo básico en tácticas de guerra y agricultura, del Budismo que su padre practicaba y el nuevo Confucianismo proveniente de China.

Jaejoong, por otra parte, tomaba sus clases fuera—en los pabellones de loto o junto al estanque donde la carpa y la grulla cohabitaban. Le fue enseñada la majestuosidad de la escritura Idu y cómo elaborar poemas con sus pensamientos. Le fue mostrado cómo moler su propia tinta y trazar curvas y líneas que cobrarían forma en representaciones de variados paisajes.

Mientras las clases de Changmin se ocupaban de entrenarlo para ser un líder, las lecciones de Jaejoong estaban marcadas con la gracia y delicadeza que había definido toda su vida.

“Odio aprender,” dijo Changmin un día, desplomándose sobre la cama en la cámara de los niños.

“Te encanta aprender,” Jaejoong replicó mientras se sentaba en el piso frente a la cama. Un rollo de pergamino estaba abierto frente a él y él estaba copiando su lección del día sobre este.

“No sobre agricultura y cómo cultivar apropiadamente la tierra a fin de obtener una buena cosecha,” Changmin resopló, “Voy a ser el Emperador~ ¿Por qué necesito saber acerca de esas cosas tan rústicas?”

“Un Emperador debe ser un soporte para su estado,” Jaejoong se pronunció, “él debe saber hacer lo que la gente hace con la finalidad de construir una más próspera Corea.”

Changmin se reía entre dientes. “Ahora tú suenas como uno de esos  textos que me veo forzado a leer.”

“Mi tutor fue quien escribió tus textos,” Jaejoong dijo con una satisfecha sonrisa, “y cuando nos hagamos mayores yo seré el que escriba los textos que tus hijos aprenderán.”

“¿En serio?”

“En serio. Y yo les escribiré a tus hijos acerca del grandísimo y bruto buey que su papá era.”

“Tú también eres un buey,” Changmin dijo con el ceño fruncido, “pero olvida eso. Ven y duerme. Estoy cansado.”

Jaejoong asintió y guardó sus pinceles, dejando la tinta del pergamino secar al contacto con el aire frío. Esta era una de las veces cuando le permitía a Changmin salirse con la suya. Después de todo, él también tuvo un largo día y eso era simplemente demasiado como para que un niño de siete años pudiera hacer mucho más.

Jaejoong apagó de un soplido la lámpara que había encendido para hacer su caligrafía y se metió en la cama, tirando del cobertor hasta casi la altura de su frente. Aún hacía frío afuera, y a pesar que los sirvientes se habían asegurado de mantener el fuego de la habitación encendido en todo momento, eso no impedía que el intenso frío penetrara en la habitación. Los inviernos coreanos eran hermosos, pero no menos brutales.

“¿Jaejoong?”

La voz de Changmin era casi un susurro pero este se propagaba por toda la silente habitación.

“¿Sí?”

“Hoy aprendí acerca de la piedad filial,” Changmin continuó, “cómo para un hijo, lo más importante es amar a nuestra madre y a nuestro padre.”

“Piedad filial es la constancia del cielo, la rectitud sobre la tierra, y el deber práctico de un hombre” Jaejoong recitó. Se le había enseñado esto semanas atrás y él lo había transcrito sobre incontables pedazos de pergamino, a veces acompañados con dibujos de manzanas o peras.

“¿Sabes lo que eso significa?”

Jaejoong mordió su labio inferior. “No realmente. Pero suena como algo importante.”

Escuchó a Changmin soltar risitas en la oscuridad y poco después él hacía lo mismo. Ambos muchachos trataron de contener sus carcajadas a fin de no alarmar a los sirvientes, poniendo sus manos sobre la boca del otro. Sin embargo, Jaejoong le echó un vistazo a los ojos brillantes por la risa de Changmin y comenzó a reír aún más fuertemente, provocando que su compañero hiciera lo mismo—sus ruidosas carcajadas traspasando las barreras que hacían sus pequeñas manos.

“Príncipe Dragón, ¿se encuentra bien?” Un sirviente preguntó desde fuera de la habitación.

“Sí, Príncipe Dragón, ¿se encuentra bien?' Jaejoong preguntó en tono burlón. Changmin lo empujó levemente.

“Estoy bien,” alzó la voz. Ambos niños permanecieron en silencio después de eso, intentando no hacer más travesuras por esa noche. Jaejoong jaló las cobijas más cerca a él, cerrando sus ojos y disponiéndose para la calma en los pasos de los sirvientes y al arrullo de los ruiseñores tras la ventana hasta ponerse a dormir.

“Jaejoong,” Changmin susurró una vez más.

“¿Sí?”

“A mí en realidad no me importan mis padres,” La confesión fue dicha con voz suave, pero esta traía enormes consecuencias detrás. Todo el mundo, inclusive a los siete años de edad, sabía que la familia venía antes que todo lo demás. Esta era una lección repetida a cada niño desde el primer día. Jaejoong se dio la vuelta y observó a Changmin, quien estaba mirándole fijamente con los ojos abiertos, asustados.

“Yo ni siquiera los conozco,” Changmin continuó, “Los veo unas cuantas veces al año cuando vienen a visitar este lado de palacio. ¿Cómo puedo preocuparme por ellos?”

Jaejoong solo observó a su amigo. Entonces suspiró, alzando sus brazos para atraer al otro niño en un abrazo, el cual Changmin devolvió agradecido.

“Yo tampoco conozco a mi propia familia,” Jaejoong susurró, “Fui traído aquí cuando tenía cuatro. Ya ni siquiera puedo recordar como se veían, menos aún preocuparme por ellos.”

“Jaejoong...hagamos un pacto, ¿está bien?”

“¿Un pacto?”

“¡Nosotros seremos los padres del otro! De esa forma podemos realizar nuestra piedad filial el uno con el otro,” Changmin dijo, los ojos brillantes de regocijo infantil.

“No creo que podamos hacer eso...” Jaejoong dijo sintiéndose un poco aprensivo.

“No sé a quien más elegir aunque,” Changmin dijo con un mohín, “eres la única persona que me importa...”

Y lo mismo pasaba con Jaejoong. Los dos muchachos únicamente se conocían el uno al otro. Ellos ya habían vivido tres inviernos juntos. Ellos se lo contaban todo el uno al otro y dormían en la misma cama cada noche.

“Está bien,” Jaejoong susurró.

E incluso a pesar de que los dos niños aún no comprendían que habían sido reunidos por sus padres para ser eternos compañeros, aquella noche se habían unido el uno al otro de por vida.

~~~***~~~

Estaciones se convirtieron en años y pronto ambos muchachos estaban entrando a su décimo quinto año de vida. Los últimos años habían sido ambos agobiantes e idílicos al mismo tiempo. Los dos muchachos habían continuado con sus arduos estudios, aprendiendo todo acerca de la moral que los buenos hombres debían exhibir. En un esfuerzo por exponer ante su hijo a más gente del pueblo el Emperador y la Emperatriz habían presentado otros compañeros de juego para él. Changmin había rechazado a cada uno de ellos, aduciendo que eran demasiado aburridos para él y preguntándose por qué necesitaría a alguien más si él ya tenía a Jaejoong.

Jaejoong, como el noble buey que era, siempre había tratado de ser más receptivo a los nuevos compañeros de juego. Él sabía que los demás esperaban que sintiera celos de los muchachos que venían a intentar ganarse la amistad del príncipe, pero él no tenía nada de qué preocuparse. Changmin y él eran hermanos de compañía. Sus padres habían hecho un pacto entre ellos dos cuando apenas tenían cuatro años y los mismos niños habían enlazado sus vidas la una a la otra en el séptimo año. Jaejoong sabía que nadie sería capaz de interponerse entre los dos.

Y nadie lo hizo.

Físicamente, Changmin había comenzado a crecer en altura a la edad de doce y parecía que no se detendría muy pronto. Ya se alzaba por encima de su compañero, aunque su cara de niño y traviesos ojos aún lo seguían haciendo parecer tan joven como sus años decían que era.

La belleza que había sido prometida en la infancia de Jaejoong dio frutos y no había día que pasara sin que Changmin no hiciera un comentario acerca de cómo la piel de nieve, labios de rubí, y alargados ojos del más bajo eran desperdiciados en un chico. A fin de contrarrestar estas observaciones, Jaejoong decidió llevar su largo y sedoso cabello atado en un moño en la parte superior de su cabeza en lugar de suelto como los otros chicos de su edad lo hacían. Funcionó ligeramente, ya que si recogía su cabello lograba destacar su fuerte mandíbula, mucho más masculina aún que la de Changmin.

Jaejoong se había convertido en todo un experto calígrafo para esa fecha, incluso más hábil que su propio tutor, y había tomado gran interés por escribir los textos que el Emperador transmitía a sus ministros. Estaba sentado junto al estanque, su lugar favorito, bosquejando las carpas con rápidas y precisas pinceladas cuando Changmin subió presuroso hasta llegar a él.

“¡Jaejoong!”

El hermoso adolescente alzó la vista de su pintura. Una mirada al angustiado rostro de Changmin puso al muchacho inmediatamente sobre sus pies y precipitándose hacia su compañero. Él automáticamente llevó una mano al rostro del Príncipe, intentando apaciguar las temblorosas facciones.

“Changmin, ¿qué sucedió?”

“Mi appa,” Changmin susurró, con el cuerpo entero temblando Jaejoong usó la otra mano para aferrarse al de Changmin.

“¿Tu appa?”

“Está muerto, Jaejoong. Accidente de caza.”

La mano de Jaejoong de inmediato se dejó caer en tanto él observaba a su amigo con los ojos completamente abiertos. ¿Muerto? ¿El Emperador? Eso significaría que....

“Oh no,” Jaejoong exclamó, tirando del tembloroso muchacho hacia él en un abrazo. Carmenó con sus dedos por entre la larga cabellera de Changmin, acariciando los mechones y la piel por debajo de esta. “Oh no, Changmin. Mi pequeño Min”

“Acaban de decírmelo. Ahora mismo. Vine para buscarte tan pronto lo hicieron. Jaejoong...yo...yo...no quiero ser Emperador justo ahora. No puedo ser Emperador justo ahora. Yo no sé nada.”

“Sshh, mi Min,” dijo Jaejoong. Changmin estaba devolviéndole el abrazo tan estrechamente que se sintió algo corto de aire. Pero no le importaba. “Aprenderás todo lo que necesites. Tienes tutores y asesores.”

“Pero...”

“Además me tienes a mí,” Jaejoong continuó. “¿Por qué crees que he sido formado en decretos y Los Tres Principios Básicos y las Cinco Leyes tan vigorosamente? Mi deber es ser tu compañero y apoyarte en todo, incluido tu reino.”

Changmin suspiró y enterró el rostro en el hombro de Jaejoong. “Yo no sé que hacer, Jae.”

Jaejoong se retiró un poco. Secó el rostro de Changmin con su manga y sonrió por apenas una fracción de segundo. “Primero cumplirás tus deberes como hijo y enterrarás a tu padre como es debido. Tras tu periodo de duelo nos ocuparemos de ello.”

“¿Tú estarás ahí?” Changmin preguntó. “¿Durante todo?”

Jaejoong sonrió aún más y asintió con la cabeza. “Somos hermanos de compañía. Tú eres el dragón y yo el Sol. No importa lo que hagas, no puedo hacer más que seguirte y brillar sobre ti.”

~~~***~~~

Las ceremonias para enterrar al Emperador Dragón fueron hechas con el mayor cuidado y abarcaban a toda la nación. Hubo una procesión atravesando el capitolio por el Emperador. Tanto la Emperatriz como Changmin estaban allí, las caras cubiertas por gruesas capas de seda—una barrera para el resto del mundo. Era tiempo de duelo y ver los rostros de la familia imperial durante tales ocasiones era considerado impropio.

Jaejoong iba junto a la familia. También tenía un velo serigrafiado de seda sobre su cabeza, pero el suyo era mucho más ligero y le era posible ver a través de este entre la multitud. Examinó todos los rostros, gente llorando y lamentándose por la muerte de un hombre que ninguno de ellos conocía. Los hombres y mujeres de clase alta permanecían separados del resto, sus ropas de luto hechas de seda crema oscuro con ribetes negros. Jaejoong se preguntaba si sus padres se encontrarían en algún lugar dentro de esa muchedumbre. Tenían que estarlo, no obstante había transcurrido tanto tiempo y él ni siquiera podía recordar cómo se veían sus rostros.

La procesión terminó de retorno a palacio, donde el cuerpo del Emperador yacía sobre una plataforma elevada al interior del gran salón. La Emperatriz y Changmin estaban de pie a la derecha del cuerpo mientras las concubinas y sus hijos se arrastraban hasta el rincón más apartado a la izquierda del salón. Jaejoong vio esto y fue a unírseles, solo para ser detenido por una fuerte mano sobre su muñeca.

Volvió la mirada y se encontró con Changmin aferrándose a él. El príncipe lo atrajo a su lado y mantuvo su fuerte agarre hasta estar seguro de que Jaejoong no escaparía. Si la Emperatriz sintió alguna molestia porque Jaejoong siguiera de pie con ella y con su hijo, no dijo nada al respecto.

Uno por uno, los oficiales hicieron su ingreso y ofrecieron sus respetos al Emperador caído, inclinándose por debajo de la plataforma donde se encontraba.

Jaejoong observó a cada pareja presentarse, preguntándose cuáles serían sus padres. Él no era capaz de decirlo en tanto más y más gente venía, se inclinaba, y se iba. No hubieron palabras ofrecidas acerca de cuán maravilloso el Emperador era, cuán valiente, o cuán bondadoso de espíritu había sido. Jaejoong se preguntaba si hubo alguien en el mundo que en realidad hubiera conocido al hombre. La Emperatriz era la única que había sido cercana a él, pero la unión entre un hombre y una mujer no era en lo absoluto igual a la unión entre compañeros.

Y un segundo después cuando Changmin apretó su mano, se inclinó un poco, y susurró “Me alegro de que nos tengamos el uno al otro cuando esto nos suceda”, Jaejoong supo que su hermano de compañía (como siempre) estaba pensando lo mismo.

~~~***~~~


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