“No hay limite a lo mal que pueden salir las cosas”
Aquella primera vez con las manos en un volante había sido un auténtico desastre, aunque no se sintió para nada deprimido. Muy al contrario. Se enorgulleció enormemente de haber dado un paso tan grande hacía lo que siempre fue un enorme lastre en su vida. Aunque, por aquel entonces fuese demasiado pequeño para tener algún recuerdo del día en el que había perdido a su padre en un desafortunado accidente automovilístico, siempre creció con ese miedo infundido. Nunca había vuelto a montar en un coche. No es que la idea le aterrara necesariamente, aunque su madre contará que a la tierna edad de seis años podía llegar a llorar como un bellaco si tan sólo se le insinuaba la idea. Prefería, por ende, no tener que utilizarlo teniendo tantas otras buenas opciones disponibles, aunque, rememorar su vieja bicicleta no fuese el mejor ejemplo precisamente...
—Está bien —se oyó la recia voz de un hombre mayor y un tanto severo—. Gire en la primera entrada y detenga el auto tan pronto como encuentre libre un hueco junto al arcén.
—¿Ya hemos acabado? —musitó el moreno sorprendido—. Oh, me ha sabido a poco. Creía que usted había dicho algo de ser especialmente estricto conmigo.
—¿Corto? —repitió el hombre corrigiendo a tiempo un volantazo del muchacho—. Créame, señor Kim, el tiempo es bastante relativo para ambos.
Junsu le miró desconcertado, aunque cuando detuvo el auto, pudo apreciar con mayor claridad que aquel pobre hombre sudaba frío. Acto seguido, el profesor de autoescuela sacó del bolsillo de su chaqueta un elegante y bonito pañuelo de color crema que, no sin cierto nerviosismo, se pasó apresuradamente por su espaciosa frente.
—Espere aquí un segundo, por favor —indicó el hombre abriendo la puerta del vehículo.
—¿Se encuentra bien? ¿Quiere que le acompañe?
—¡No, por lo que más quiera! —suspiró deseando retomar la compostura. Luego se asomó por la ventanilla del coche y escudriñó la expresión entusiasmada y a la vez confusa del muchacho—. Sólo me siento un poco indispuesto. Sinceramente, no me veo en las condiciones de conducir de vuelta a la academia...
—Pero si quiere yo pod-...
—Y no se me antoja abusar más de su gratificante compañía —interrumpió a una velocidad increíblemente vertiginosa—. Usted... Quédese tranquilo. Si quiere puede partir desde aquí mismo o esperar la llegada de mi compañero.
—Eh, sí, sí... Sí —dijo pensativo—. No he traído mis cosas conmigo, así que me imagino que tendré que volver a la academia.
Algo en la expresión del hombre le hizo saber que no había tomado la decisión que él deseaba, pero no le prestó mayor interés. Estaba tan feliz de haber llegado hasta allí que poco le preocupaba las calamidades que ese hombre pudiera estar diciendo de él. Al menos, eso es lo que parecía mientras le veía al otro lado del cristal de la cafetería en la que había entrado, cuando usando un teléfono público, comenzó a gesticular mucho con las manos y a golpear desquiciadamente la barra del establecimiento.
Junsu resopló henchido de gozo. Acarició la piel de cuero del volante e imaginó que era uno más de los tantos autos que circulaban por aquella enorme avenida. No se había dado cuenta hasta entonces, pero allí cerca quedaba el centro hospitalario en el que trabajaba, además de un par de facultades, los bancos más populares del país y montones de tiendas de ropa y demás artículos. Repentinamente, le abrumó la idea de ser sorprendido por alguno de sus amigos. Sin lugar a dudas, aquello iba a ser un gran impacto para ellos, más si se tenía en cuenta que se encontraba en el asiento del piloto. Fantaseó con aquello unos instantes, aunque tan intensamente, que se vio tentado a tomar las gafas de sol que había dejado el profesor en la guantera y que, tras acomodarse con la ayuda del espejo retrovisor, le hizo ganar un aire superinteresante. O eso creía él. ¿A quién se le hubiese pasado por la cabeza confundirle con otra persona, cuando hacía morritos y hablaba en voz alta para alagarse a sí mismo?
Desafortunadamente, lo había...
Junsu ni siquiera sospechó nada al principio. Había notado el chasquido de la puerta trasera, y cómo el recién llegado había hecho tambalear ligeramente el coche, pero no se sorprendió. El profesor debía encontrarse peor de lo que creía y supuso que pretendía recostarse en los asientos traseros mientras esperaba a su compañero, pero, no fue así... Ni siquiera pudo articular palabra cuando abrió la boca al ver el cogote de aquel individuo que miraba algo más que agitado a través de la luna trasera, sentado a un par de palmos.
—¡Vamos, vamos, vamos! ¿Qué estás haciendo ahí parado? —oyó su voz, mucho más suave que la de su profesor, pero que le hizo dar un respingo de mayor manera—. ¿A qué estás esperando? ¡Arranca el coche de una maldita vez!
—¿Q-Qu...?
—¡Arranca!
No sabía muy bien que estaba pasando, pero los movimientos de su cuerpo se coordinaron lo suficiente como para corresponder a sus órdenes. «¿Qué le habrá dicho para haberle hecho llegar tan rápido?», pensó para sí mismo. Aunque cuando pretendió ver a su profesor entrar también en el auto, se sorprendió de encontrar la calle completamente desierta, y al aludido, aún apostado junto a la barra, al parecer, tan colérico como instantes antes. Sólo hasta entonces cayó en la cuenta de que había algún tipo de confusión, aunque el inquilino parecía no haberse percatado, y de hecho, importarle bastante poco.
—Me parece que te has...
—¿Quieres morir? —dijo con una mezcla de temor e impaciencia, aunque no por eso se volteó ni dejó de estudiar el panorama que había tras ellos.
—¿Perdona?
—¡¿Que si quieres morir?! ¡Ellos van tras nosotros! Si no te das prisa... —se detuvo repentinamente.
Junsu quiso tomar al intruso del hombro para enfrentar de una vez su cara, pero sintió una mayor atracción hacía la cadena de luces rojas y azuladas que se hacían cada vez más y más grande detrás del paisaje que el individuo ocultaba con su cogote. Parecía lógico, aún era Navidad después de todo. Pero, seguidamente, oyó la música, intermitente y cada vez más chirriante y molesta, y no... Aquello no podían ser villancicos.
—¿Qué demonios está pasando aquí? —gruñó confuso—. ¿Y quién demonios eres tú?
Un sonido de bala ensordeció la calle, y algo en el retrovisor que se había descolgado justo a su lado, le hizo saber que aquel disparo no había atentado accidentalmente hacía su auto. El otro sujeto siguió alentándole a todo pulmón, pero ya no había más necesidad de recibir órdenes. Puso el motor en marcha y salió disparado mientras luchaba por sumarse a la fila de coches amontonados en la calzada.
—¡¿Pero qué estás haciendo?!
—¡¿Qué quieres que haga?! —dijo atosigado—. ¡Es la primera vez que hago algo como esto! ¡No puedo estar en todo!
—¡Sal de la fila, súbete a la acera y dobla la primera esquina! ¡Rápido!
El moreno obedeció. Sintió que el ritmo de sus pulsaciones se aceleraba drásticamente, pero aquello no le impidió centrar su atención en la carretera, donde continuamente metía la pata: aceleraba, luego perdía la orientación cuando buscaba el mando de cambios y posteriormente, frenaba el coche en seco presionando el pedal equivocado. Aquellas sacudidas arrojaron al desconocido del asiento, y fue entonces cuando éste optó por colarse hacia la parte delantera, para hacerle compañía como copiloto.
Junsu pretendió seguir con sus ojos en la carretera, pero aquella imagen le robó la atención por unos segundos en los que se encontró más aturdido que antes. Por fin podía verle, y lo que menos parecía era un profesor sustituto de la autoescuela. Llevaba un gorro de lana negro que tapaba parcialmente su cabellera castaña y sus graciosas orejas, ensartadas de pendientes poco elegantes para su gusto. Las gafas que usaba, por cierto, muy parecidas a las que él mismo había tomado prestadas, ocultaron los detalles de una mirada misteriosa, pero encontró el resto de su rostro y el tono de su piel y labios bastante bien parecidos, por lo que no dudó en que estaba ante un hombre atractivo de unos veintitantos años. En un momento pareció que quería decirle algo, pero un auto de la policía interrumpió tan oportuno acontecimiento y el joven Junsu se vio obligado a dar un derrape que acabó mucho mejor de lo que nadie habría imaginado.
—¡Oh, Dios! —exclamó con los ojos desencajados, sujetando tan fuertemente el volante que parecía que quería arrancarlo del sitio.
—Ah, esto me pasa por contratar a amateurs...
—¿Contra-... qué? ¿Qué dices? —pero no obtuvo respuesta. El castaño buscó una bolsa en la parte trasera del vehículo, y al abrirla, Junsu advirtió algún que otro fajín de billetes que poco le importó cuando el otro muchacho extrajo el arma— ¡¿Q-Qué es eso?! ¡¿Qué vas a hacer?!
—Ni que fuera la primera vez que ves una.. —desactivó con un movimiento rápido el seguro, y volviéndose hacia la expresión atónita de Junsu, le sonrió traviesamente antes de asomar medio cuerpo por la ventanilla y, suponiendo por el estruendo posterior, muy dado a seguir usando su arma.
—¡Oh, oh...! ¡Dios, Dios, pero qué...! —exclamó sintiendo que su rostro se perlaba.
—¡Tú sigue conduciendo!
El moreno llevó a cabo la maniobra. Para su sorpresa, había sido capaz de esquivar un par de vehículos que se habían cruzado en su trayectoria y que, afortunadamente, habían impedido el paso a sus perseguidores, pero cuando todo parecía que estaba controlado, un repentino disparo de su compañero provocó que perdiera los nervios y casi sin darse cuenta, giró el volante con tal brusquedad que el vehículo cayó ladera abajo antes del cruce de un puente. El individuo desconocido salió volando de él sin ser capaz de divisar hacia dónde.
Después de un rápido descenso, el auto se paró.
—¿Q-Qué...? Paeh... —murmuró incoherencias. No tuvo el suficiente valor para dejar de aferrarse al volante, pero volteó el rostro tratando de buscar al otro sujeto con todas sus fuerzas—. ¡No puede ser! ¡Le he matado! ¡Dios! ¡Seguro está muerto!
La cadena de sirenas le sobresaltó irremediablemente. Éste se agachó en su propio asiento casi por reflejos y fue entonces cuando encontró allí la bolsa de cuero repleta de dinero. La idea que cruzó por su mente no le entusiasmó, pero debía entregar aquel contenido a la policía y terminar de una vez con aquel desagradable contratiempo.
Se incorporó del asiento cuando sintió cierta calidez emanando de su ceja. El rasguñó era fino, pero ver aquel llamativo color carmesí le asustó más de lo que esperaba. Todavía no había sido capaz de encontrar al extraño y temía cuán graves serían las lesiones que podía haber sufrido él.
Inesperadamente, un par de toquecitos en el cristal de su lado le devolvieron la tranquilidad. El oficial de policía le alentó con un gesto suave y tan rápido como Junsu recuperó la sonrisa, tuvo que volver a perderla cuando aquel oscuro cañón le apuntó directamente hacia la cabeza.
—¡Salga con las manos en alto y no intenté hacer ningún movimiento innecesario!
—Oiga, ¿qué demonios? ¡Baje eso! —exclamó irritado—. ¡Yo no tengo nada que ver en esto!
El agente rodó la mirada hacia sus manos, las cuales oportunamente, aún no se habían despegado de la bolsa oscura.
—Ay, mi madre...
No se le permitió decir más. Rápidamente, el agente fue rodeado de otros tantos más y Junsu temió haber invocado aquel súbito pensamiento: ¿Es que hay algo más que pueda salir mal?
Suscribirse a:
Enviar comentarios (Atom)
nooooo!!! junsito, porque tu buaaaaaaaaa
ResponderEliminarmalditos los que te metieron en esto
TT.TT
maldito profesor de conduccion lo odio
esta muy bueno, pobre su casi me pongo a
llorar, siguelo esta interesante
jajajajjajajajjajajaja!! puta encima con la bolsa de dinero en las manos pues!! xDDDDD
ResponderEliminarPobre Junsu con los lentes de sol y el aire de churroo le confundieron con un mafioso xDDDDDD
OH POR DIOS EL FIC ESTA GENIAL!
Amo como escribes y se me ha hecho divertidisimo...si gozo con el sufriemiento de Junsu xDDD pero es tu culpa por pintarlo de forma comica xDDDDDDD
Kien era el del auto? O-O
Las hipotesis que me plantié en un principio se tambalearon un poco pero si murió continuan siendo las mismas xDDDDDDDD
por cierto esa parte del examen de conducir me dejó llorando xDDD Pobre Junsu!!
Continualo pronto!!
por dios pobre junsu te lo juro eso es mala suerte jajajajaja espero feliz la conti
ResponderEliminarEsto si que es mala suerte, pobre Junsu, una limpia para la salvación, jajajaja..gracias
ResponderEliminar