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Sindrome de Estocolmo Cap 1

Síndrome de Estocolmo, eso es lo que dijo el doctor que tenía, pero ni caso. Yo realmente le amaba y no precisamente porque me hubiera secuestrado, ni por haberme tenido cuatro meses y medio encerrado en su casa. Tampoco porque se hubiera dedicado especialmente a entretenerme durante mi cautiverio, que sinceramente, no había estado tan mal como lo pintaban en las noticias. Cierto que era agobiante no salir de aquellas cuatro paredes pero ¿para qué quejarme? Me daba de comer, charlaba conmigo y me hacía compañía.

¿Y cómo comenzó todo? me preguntó de nuevo el amable doctor. Y se lo expliqué por tercera vez mientras él seguía apuntando todo en la libreta de Hello Kitty que le había regalado su sobrina —o eso me había dicho—. Fue en Enero; yo andaba tranquilamente comprando unos presentes para una amiga, hacía frio y lo recuerdo bien porque usé esa bufanda que me regaló mi hermana por navidad. Choqué con alguien pero no le di demasiada importancia hasta que el tipo me sujetó por el brazo. Cabía destacar que por aquel entonces era un mal educado y obviamente no le había pedido disculpas. El chaval, que apenas sería uno o dos años menor que yo, se me quedó mirando bastante serio pero no me preocupé lo más mínimo; di un fuerte tirón y me deshice de su agarre mientras me metía en una tienda a mirar calzado. Fue al salir de la zapatería cuando noté como alguien me tapaba la boca y me arrastraba hasta un callejón. Intenté pegarle con la bolsa de zapatos. ¡Aish…mis pobres Adidas! El par terminó por ahí tirado, pero eso ahora era irrelevante. Justo después de darle una patada a ciegas al individuo, noté un golpe seco ¿y luego? Luego nada, evidentemente.

Al poco tiempo —o eso pensé yo— me desperté en una habitación que dudaba conocer, atado por las muñecas y los tobillos a las esquinas de la cama. El lugar apestaba a una mezcla de tabaco, Dolce&Gabbana y ambientador casero, pero aun así —y no pregunten porqué— aquello me encantó. No en el sentido de querer oler el ambiente toda mi puñetera vida, pero si para el rato que estuviera allí, y resulta que al final no iba a ser poco. Estuve por lo visto tres días inconsciente, o eso me dijo el cabrón del tipo que me metió allí. Comía kimchi, cenaba kimchi y por suerte desayunaba cereales con leche, porque si no estaba dispuesto a meterle el kimchi del desayuno por el culo. De todas formas, el “adorable”—y léase con supuesta ironía— secuestrador, se percató de que mis gustos gastronómicos iban más allá de un puñado de verduras picantes y fermentadas. Así, cada vez que no le insultaba, pataleaba o intentaba matarle para poder huir durante mis visitas al baño, me regalaba dos Ferrero Rocher por buena conducta. ¿El tipo? ¿Todo un encanto, verdad? Allegados a ese punto fue cuando me empecé a enamorar.

Ya no me daba solo dos bombones ¡me daba cuatro! y el último que quedaba en la caja fue muy especial. El acosador se acercó a mi lado, me miró y me preguntó que si lo quería; obvio que mi respuesta fue un “sí” rotundo. Se lo colocó en la boca y aproximándose hasta mis labios, lo depositó sobre ellos. Mordí, saboreé y besé, olvidándome del puñetero dulce y centrándome en esa boca que hacía días que deseaba probar. ¿Olvidé mencionar que mi secuestrador estaba como un queso? Creo que sí. Sea como fuere, nuestros intercambios de saliva —vulgarmente conocidos como morreos — cada vez eran más frecuentes y eso, creo, fue el detonante para que me dejara libre. Entonces, mi nueva libertad se limitaba esta vez, a los metros cuadrados que midiera la casa, pero por lo menos no eran los 180x200 de la cama. Y eso que tenía su morbo estar atado; cosa de la cual me percaté poco después y que empecé a echar de menos en cuanto pude pasear libremente por el lugar.

Sobre sus hábitos recuerdo que se iba cada día sobre las siete de la mañana. Almorzábamos juntos un zumo de naranja y unas tostadas, luego se despedía de mí con un beso en la mejilla y me recordaba siempre lo mismo: “No intentes huir, sabes que es imposible” a lo que yo le contestaba que fuera con cuidado y que no tardara demasiado en regresar. Por la noche, cuando abría a la puerta, yo me lanzaba a sus brazos; lo divertido fue que las primeras veces se pensaba que quería inmovilizarlo para escapar, por lo que terminé noqueado en el suelo en más de una ocasión. Pero el hábito hace al monje que dicen, y comprendió que esos abrazos eran tan solo un gesto de alegría ante su presencia. Pasaron días y días, luego semanas y meses. Mi adorable chico cada vez estaba más nervioso ante las noticias sobre mi desaparición; se había dado cuenta de que lo que había hecho era un delito pero yo no le delataría jamás.

Era un bonito día de Mayo cuando llamaron a la puerta con insistencia. Recordé la norma de no abrir a nadie —aunque era algo estúpida teniendo en cuenta que desde dentro no podía salir—, pero me acerqué para espiar por la mirilla de todas formas. Dos hombres; uno dando fuertes porrazos a la inocente entrada, el otro, un joven que observaba unos papeles algo estresado. Aburrido y sin hacerles demasiado caso, me dispuse a preparar un pastel para mi chico. Garabateé con la manga pastelera “felices 4 meses y medio de cautiverio…” y entonces una opresión se formó en mi pecho. No sabía su nombre. Jamás le pregunté y el jamás me lo dijo. Ese día estuve horas y horas llorando. Al poco tiempo aparecieron aquellos bichos raros de nuevo. Esa vez él estaba en casa y me ordenó que me fuera a la habitación no sin antes darme un beso en los labios. Escuché el sonido de la puerta abrirse y seguidamente, la jodida vocecilla de puerco que poseía uno de los hombres; “Policía”. Aquella fue la última vez que le vi.

Y bien, ahí estaba yo, frente al amable y agradable señor que llevaba mi caso. Mi raptor…mejor dicho, mi novio, fue arrestado y llevado a juicio por secuestro y supuesta violación. ¿Mis padres? Ellos se ocuparon muy bien de acusarle ante los medios de comunicación y la prensa. Yo por mi parte debía aguantar la misma chorrada diaria de “no es amor, es una enfermedad psicológica”. Síndrome de Estocolmo, Síndrome de Estocolmo. ¿Sabéis por donde me pasaba yo su dichoso síndrome? Efectivamente, por ese lugar tan extremadamente precioso de mi adorable anatomía. Por suerte logré convencer al juez que yo había permanecido en la casa por voluntad propia, y que tuve infinitas ocasiones para escapar—entiéndase por la primera vez que la pasma llamó a la puerta y yo no me puse a pedir auxilio—.


—"Declaro al señor Jung Yunho libre de cargos y doy por finalizado este juicio."-

Cuando el mazo de la justicia impactó sobre aquel cacharro de madera fue cuando suspiré tranquilamente después de tanto tiempo. Y bien poco me importaba que ahora fuera el loco, el tarado o el desequilibrado mental; que los periódicos y las televisiones se inundaran con nuestras caras y que cada uno contara la historia de forma diferente. Nada importaba. Con —o sin— síndrome de Estocolmo, yo, Kim Jaejoong seguía amando al secuestrador idiota de Jung Yunho.

6 Comentarios:

  1. jajaja lo ame :)
    Me encanto que el premio si se portaba bien eran 2 ferrero rocher xDDDD
    pero aun mas el pastel de "felices 4 meses y medio de cautiverio…" eso fue lo mejor :'D

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  2. wow yo pense que era un one-shot pero no sigue en proceso wow
    asi cualquiera le daria sindrome de estocolmo jajaja >_<

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  3. woahhhhh que lindo me encanta este fanfic es yunjae pues a mi tbn que me de este sindrome pero con jae yo seria muy pero muy feliz

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  4. ¡Estuvo de locos este fic!


    xDDDDDDDDDDDDDDDDDD

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  5. me anime a leerlo y apoyo a mayita xD haha espero la conti!

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  6. Mino.shim12/19/2010

    Omg me gusto a pesar de que es 1 yunjae, ya lo presentia XD esta muy bueno me gusto la postura de jae con el loquito de yunho :)

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