Canción de nuestros días felices Intro

-¡Bien hecho, Junsu!-

Aún conmocionado, levantó la vista del pasto verde y mordió su labio inferior intentando no soltar un grito de emoción. Sintió como sus amigos dejaban de abrazarle de esa manera tan efusiva y le abrían paso al más importante de ellos.

Su amigo más especial e importante, como él le calificaba.

-¡Junsu, eso fue genial!- La voz de Yoochun le seguía canturreando aquello, y cuando por fin le abrazó se sintió en algo parecido al paraíso

Porque aunque eso estuviera contra sus principios, él quería demasiado a su mejor amigo. Tal vez no como comúnmente se quiere a alguien, no a tu amigo.

Pero él era feliz aun con esas caricias que no tenían morbo alguno
Incluso esos apretones de mano, abrazos y besos en las mejillas.

Porque él ahora era lo más importante.

-¡El último gol fue genial, Junsu, eres el mejor!- Soltó una carcajada leve sin dejar de brincar junto a su amigo.

-¿Hasta cuando te darás cuenta que soy el mejor, Yoochun?- Bromeó.

-Claro que eres el mejor, esto se celebrará nalgón- Y ese pequeño golpe en su trasero le hizo reír más fuerte, aunque por dentro se estuviese muriendo.

Porque eran ese tipo de caricias que le hacían ilusionar que Yoochun le quería de esa manera especial. Y, aunque moría por divagar más sobre aquello, siempre temía por ese rechazo, por ese ‘No quiero saber más de ti’, por la disolución de lo que, para Junsu, era su máxima felicidad.

Y claro, también estaba aquel pecado del que tanto hablaba su madre.
Porque el apego de su madre hacia su catolicismo hacía que la mayoría de las veces se arrepintiera, que incluso sintiera asco de todo aquello que sentía por su amigo. Porque aquello estaba mal, aquello no era natural.

A Dios no le agradaba la depravación, su madre solía repetírselo.

Y sentir todo aquello que sentía por Yoochun…

Aquello era algo enfermo. Algo que no debía ser.

-¡Tierra a Junsu! – Rió su mejor amigo, sacudiendo una mano frente a él -¡Vamos con Yunho y Jaejoong, anda, apúrate Junsu!-


Tal vez era porque él fue de los poco que le apoyó con sinceridad cuando Junho falleció, y después, cuando su padre los abandonó, cansado de la reluctancia de su madre a volver a ser una familia normal, volver a ser feliz.
Y a pesar de que ese enorme y agrio dolor no se iba, aunque Yoochun no hubiese revivido a su hermano, ni tampoco hubiese hecho volver a su padre, él estuvo ahí, siempre. En todos los días de llanto y en todas las noches de desvelo, su amigo siempre le cuidó y procuró no abandonarle; Y aunque fuese una excusa, era una de las tantas razones del porqué le quería así.

-¡Vamos Micky, deja de coquetearle a las chicas!- Rió tras morderse la lengua. Porque ese cariño que le tenía planeaba guardárselo por siempre. Su secreto más oscuro, que nunca le sería revelado a nadie.


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-Mamá, estoy en casa.- Anunció tras cerrar la puerta.

Dejó la mochila que cargaba en el piso y caminó hacia la sala de estar donde su mamá le esperaba sonriendo.

-Pensaba que llegarías más tarde cariño, ¿cómo te fue?-

-Bien, ganamos el partido- Sonrió.

-Me alegro- Junsu se sentó junto a su madre y se alteró un poco cuando esta apagó el televisor. Su madre veía el programa de las cinco con tanta religiosidad como con la que rezaba el rosario a las ocho

-Junsu, tenemos que hablar...-

El aludido bajó un poco la mirada, sintiendo una aprehensión casi inmediata. Y es que le parecieron las mismas palabras, el mismo tono que utilizó cuando le dijo que su padre quería el divorcio, incluso era casi igual a cuando le informaron lo sucedido con Junho. En ambas ocasiones no hubo lágrimas, no hubo temblor en sus palabras, pero había habido algo que lo había alertado, como si de una señal en infrarrojos se tratara. Algo que le decía que lo que tenía que escuchar era serio.

Tembló un poco y sintió sus manos sudar, porque de verdad, no quería malas noticias. No cuando acababa de ganar un partido importante, no cuando se sentía tan feliz.
Estuvo a punto de hablar cuando su madre la acarició un poco su rodilla intentando calmarle.

-Estaba pensando, Junsu, que tal vez…- Comenzó su madre, mirándolo con una leve sonrisa en su rostro eternamente cansado - tal vez teniendo a alguien de tu edad en casa estarías mejor... Quiero decir, podríamos superarlo más rápido, esto de nuestra familia reducida a nosotros dos, y...-

-Madre – Se atrevió a interrumpir Junsu (cosa que no hacía muy seguido) –No sé a qué quieres llegar, pero sea lo que sea, no lo necesito. Enserio. Tengo a Yoochun, y a Jaejoong, y a Yunho, y con ellos me basta y sobra- E intentó levantarse, pero la mano de su madre le apretó un poco más su rodilla, manteniéndolo en su lugar.

- Junsu – Habló la mujer, y el chico vio en sus ojos la determinación de alguien que ya tomó una decisión – Ya me he inscrito en un lugar para alojar a algún chico que venga de intercambio aquí. Me han entrevistado, y seguramente dentro de la semana vengan a echarle un vistazo a nuestra casa-

-No, mamá, no puedes...-

-Nos hará bien hijo – Insistió su madre -tendrás a alguien de tu edad con quien platicar, y no sé… tal vez así, podría volver un poco de vida a esta casa-

-¡Esto no nos devolverá a Junho, mamá, él está muerto!- Exclamó alarmado, sabiendo bien que aquel comentario le había dolido más a ella que a él. Pero es que, ¿Cómo se atrevía? Y sin siquiera consultarle…

Mordió su labio, levantándose del sofá, mirando acongojado a su mamá ¿Cómo se había atrevido? ¿Cómo…?

- No puedes meter a un extraño aquí- Trató de razonar, aún cuando en su interior una voz le decía que todo era inútil, que su madre jamás escucharía, pero debía intentarlo… Y es que no lo comprendía. ¿Pretendía su madre reemplazar a su hermano, a su padre, por un completo desconocido? ¿Quién se creía que era? ¿Por qué…?

-¡Estoy bien así… – intentó de nuevo -…no me hagas las cosas mas difíciles mamá! – Y Dios, ¿Por qué las lágrimas se le salían solas de los ojos? Odiaba haberse vuelto tan sensible.

-Deja de hacer las cosas a tu manera...- Sollozó, tapando su cara con su mano.

-Junsu, sólo pienso que esto nos puede ayudar...-

-¡No quiero a nadie extraño en mi casa!- Gritó, y la mirada dura que su mamá le envió le hizo saber que levantar la voz no había sido para nada una buena estrategia. Pero bueno, aquella mujer ya había decidido por él, de todos modos ¿Qué más daba si le faltaba un poco el respeto?

“No tiene el derecho, no tiene ningún derecho” pensó con rabia, corriendo hasta su habitación y azotando con fuerza la puerta, y sí, estaba seguro de que luego se arrepentiría, que no estaba mejorando la situación, pero no tenía ganas de ser correcto con su madre cuando ella acababa de hacer esto.

No quería a nadie más en su casa, su hermano no estaba más ahí y eso nadie lo cambiaría. El hecho de meter a alguien más en su casa no haría nada al respecto para cambiar todo lo que sentía.




Además, ¿Qué tal si la persona no era de su agrado? ¿Y si en vez de ayudar, su presencia sólo lograra empeora las cosas? Mordió su labio inferior intentando no sollozar fuerte y sus piernas temblaron tan rápido que tuvo que sentarse en su cama.

Él solo quería que las cosas regresaran a ser como antes. Que su hermano estuviese ahí con él. Que su padre nunca se hubiese ido.

Pero nada de eso sucedería, y Junsu lo sabía. Pero con los pedazos de felicidad que le habían quedado, había logrado rearmar su vida, retomando cierto control de ésta. Aún cuando tenía que fingir que era feliz. Aún cuando tenía que vivir mintiéndole a todos, fingiendo que no sentía atracción alguna por Yoochun, que le gustaban las chicas. Aún así, Junsu había logrado llegar a un cierto equilibrio.

Pero su madre no opinaba lo mismo, no. Porque su madre, que siempre estaba en lo correcto y nunca se equivocaba, había decidido de pronto que Junsu no estaba bien, y que necesitaba que un extraño entrase en su vida para darle la felicidad que no conseguía viviendo su vida actual.

Nada, absolutamente nada, cambiaría con un extraño entrando a su vida.