“En un burdel de la ciudad”
- ¿Cómo es posible que esté aquí tan libre si en realidad su vida era parte de esta barbarie y lo mantenían encerrado? ¿Realmente es él? Era de esperar… no parece ser normal… ¿Acaso han visto sus facciones? – dijo el castaño con curiosidad, es que enserio aquel muchacho en la barra le había llamado la atención.
- Shh… espera muchacho, esto es solo el comienzo, ¡déjeme contar un poco la historia y lo entenderá! Él no estaba del todo encerrado, el solo… estaba enamorado… y a sus ojos, era casi lo mismo.
- ¿Casi lo mismo? Comparar el encierro con amor… ¿No es un poco extremista? – esta vez preguntó la jovencita sentada junto a su novio, el mayor de los tres.
- No señorita… para nada. Y usted también podría pensar eso si me escucha.
Un día, un conde llegó desde Japón a la ciudad. Los rumores, comenzaron a esparcirse… “el Señor Jung es totalmente un demente, un sádico”, “ah llevado al ejército japonés a las grandes victorias imperiales sin ayuda de nadie” “ah acabado por comprar cualquier pieza de oro que le interese” “viene en busca de algo…algo raro de nuestra humilde ciudad.”
Nadie pensó que terminaría en aquella pocilga del pueblo… de hecho, nadie tampoco pudo hasta entonces comprobarlo, pero si no fuese así, entonces hubiese sido imposible que exista esta historia…
Acompañado de sus más finos allegados, se dirigió aquella noche de lluvia al burdel que se tragaba todos los gritos de placer de aquellos hombres que no entendían ni un poco el porqué la vida los estaba castigando así. Porque la vida los volvía vulnerables al pecado más placentero a mi parecer…
…la lujuria.
Se quedó sentado, invitando todos los tragos posibles, riendo cuando era necesario y aplaudiendo solo a los bailarines que enserio creía, valían la pena.
- ¿Tu esposa lo sabe primo? Venir a Corea y simplemente frecuentar este lugar… ¿Te parece correcto?
- Cierra la boca Changmin, que demonios me importa eso ahora.
Ni siquiera guardaba respeto por su familia.
Su esposa, que debía soportar aquellas defenestraciones… dejar partir a su marido a esos lugares, no preguntar nada al verlo regresar al castillo, y fingir felicidad cada vez que se presentaban ante la gente.
Su primo, Changmin, que lo acompañaba a donde fuera y soportaba las quejas y maltratos sin poder responder con un “no” jamás, debido a que sabía… su vida estaba en sus manos.
La vida del Conde iba a ser atrapada silenciosamente por aquel caballero, que cautivaba a cualquiera en ese lugar… sea hombre o mujer, de mucha o poca edad, rico o pobre, vivo y hasta porque no, muerto.
Fue como ver a una nueva pieza de oro en el fondo de una mina… entre tantos gritos y palabras de desaliento que no dejaban de repetir “es imposible agarrarla señor, no solo moriremos nosotros, si no que el lugar se destruirá y será imposible volver a aprovechar sus recursos”
Pero para él todo era posible. Así eso significase destruir la mina completa… su vida en este caso.
Él sentía que su mirada había sido correspondida, que ese chico decidió bailar para él y aprobar su atención… que estaba siendo autorizado a maldecir cada prenda que le impidiese ver la perfección que escondía su cuerpo y al rozar el suelo le dejaban ver un poco más el paraíso…
Así se paró de su asiento llamando la atención de todos en el lugar… la mirada atenta de los trabajadores y otros bailarines, entre ellos, mujeres por supuesto… que tragaron hondo y continuaron con sus cosas… porque sí, el conde estaba interesado en alguien y cuanto miedo tuvieron todos de ser ellos mismos.
Aunque ir con él significaría dinero y vida fina garantizada, sabían que era un demente, que era algo así como… “el conde de la muerte”.
Ese había sido el apodo que habían elegido los soldados chinos sobrevivientes de la guerra… “era como un monstruo… aquel conde… guiaba a todos sus soldados y caminaba sin parar aún en los momentos más escalofriantes... lleva siempre su espada y no duda en usarla si algo le molesta: hombres, mujeres, niños, viejos, animales… le escupía la frente a la muerte… era algo así como el conde la muerte…”
El chico, no dudo en continuar con su actuación y ni siquiera sintió un poco de temor al ver como el ambiente se tornaba negro ante la reacción de aquel hombre al cual todos parecían temerle.
¿Un heredero? ¿Un príncipe? ¿Un soldado? ¿Un rey?
Le importo casi una mísera mierda… si se encontraba en aquel lugar, pagando por diversión e incluso “amor”, a su vista seguía siendo un pobre hombre con dinero.
Caminó con sensualidad, ingenua y perversa a la vez.
Si, el lograba todos esos términos a la vez, aunque fuesen opuestos.
Las sedas que lo cubrían parecían parte de su cuerpo y su aroma… repleto de flores que el conde podía jurar jamás había olido… aún en su corta vida, recorriendo campos y campos de batallas en todas las regiones de Asia.
Fueron 5 las monedas de oro depositadas en la mano del chico, ahora para él, “el ser más hermoso del mundo”.
No se dejó ni rozar luego de entregadas las monedas, a penas volvió a dirigirle la mirada… el conde sintió su corazón arder en furia… nadie podía hacerle eso a él.
Las mujeres morían por estar con él cuando no tenían conocimiento de su mala fama, y los que si lo hacían, por puro respeto no le desobedecían… porque para él, los “no”, no existían.
En silencio se sentó y pidió algo más para beber. Las doncellas, se peleaban para satisfacer primeras su pedido. Era como un rey, aunque no lo era.
- Raro es en ti primo, que no hayas quitado la espada y terminarás por cortarle el cuello.
- Haré algo peor que eso… pero… luego.
Tras pelearse y llegar con las bebidas, una joven se acercó y le entregó su pedido.
Sin pudor ni respeto alguno, tiró de su vestido y la atrajo hacia él… la chica suspiró, mezcla de felicidad, temor y nervios por haber captado su atención…
- Dime, ¿Cuál es el nombre del chico de cabellos claros?
- El… ¿El bailarín?
- Si mujer, el chico bailarín, que se cree que pasaré por alto su falta de respeto…
- Jaejoong señor… - ella le respondía despacio, en voz baja… probablemente algún vínculo con el jovencito debía tener, ya que no quería dejarlo al descubierto.
- Perdón… no te oí… repítelo… - aún conservando la calma, volvió a preguntar, pero está vez, jaló mas fuerte de su vestido.
- Jaejoong, Kim Jaejoong.
- Bien vete de aquí…
La empujó… poco le importaba esa mujer, al igual que todos en ese lugar.
Changmin le pidió perdón a la señorita, pero ésta simplemente, se fue horrorizada.
Oh Por Dios Yunhos, mi calmado, caballeroso y conciderado Jung Yunho es un hombre malo y sadico??? Dios hasta se me enchino la piel de lo que le espera a Jae (¡.¡)
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