KINGDOM TVXQ!

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Arualthings

Primera Plana: capitulo 28


Utopía.


—¡Yunho!

La voz de Jaejoong había cambiado, y cuando lo vio bajando las escaleras pudo notar que su cuerpo también lo había hecho. Lo recordaba, tantos años atrás cuando aún eran unos niños. Jaejoong con su cuerpo delgado, su piel blanca y su cabello negro y largo que llegaba casi hasta los hombros, sus labios rojos. Jaejoong a sus ojos siempre fue hermoso.

Aunque ahora siendo un adolescente, casi un adulto. Yunho encontraba extraño categorizar a otro hombre como hermoso, pero sencillamente Jaejoong siempre lo fue. Y hoy cuando lo ve bajar las escaleras apresurado, con su cuerpo delgado pero sutilmente fornido, con su cabello ahora corto y su piel igual de blanca, solo puede pensar en que los rasgos de Jaejoong han madurado, pero porta con orgullo el mismo calificativo de antes.

—Dios… ¿dónde has estado todo este tiempo?

Las palabras de Kim sonaron cerca de su oído, como un susurro perdido que planeaba ser escuchado solo por ambos mientras lo abrazaba con fuerza y parecía despojarse de todo el anhelo y orgullo que había mantenido guardado durante ese tiempo.

Jaejoong siempre había sido un niño dulce, carente de cariño y atención. Sufriendo por el hecho de no poder estar cómodo entre sus otros dos hermanos quienes siempre lo hacían a un lado. Y por ser displicente con el menor de la familia que a estas alturas ya sería un niño con algún resentimiento fuerte por sus hermanos mayores y su trato.

Pero Yunho siempre supo que esa distancia y odio mal disfrazado que Jaejoong mostraba ante Minho no era su culpa. Ahora, siendo casi un adulto comprendía que era parte del pobre razonamiento vago de un niño inconsciente. Rye había muerto al nacimiento de Minho, y tanto Yoochun, Junsu y él lo culpaban por ello.

Eran unos niños. Era un sentimiento sin fundamentos, como aquel que sienten los hermanos mayores cuando se enteran que van a tener un hermano y los celos los corroen en niveles diferentes dependiendo de la persona. Son sentimientos inconscientes, que no han sido debidamente fecundados. Solo aprenden de lo que conocen.

A pesar de que a su corta edad, Yunho sepa tanto del odio. Le ha dado la mano en post de una tregua que le permita vengarse de aquel que hirió a su familia y la convirtió en lo que es ahora. Pero tiene a Jaejoong entre sus brazos, feliz por tenerlo de vuelta aunque sienta que en el fondo, su amistad es más bien un capricho de Jaejoong.

—Lo siento, Jae. Pero ya estoy de regreso.

Sus palabras no sonaron como deberían, pero al mismo tiempo, Yunho se veía incapaz de responder con la misma calidez de antaño. Aunque de una forma u otra, Jaejoong tampoco sonara igual y quería aducirlo a que era por la edad. Ya no eran unos niños.

Ya no podían tomarse de las manos y salir corriendo, ni mirarse a los ojos con una complicidad extrema en que las palabras no eran necesarias. No podían dormir abrazados ni dejar que Jaejoong besara su mejilla en recompensa cuando él hacía o cumplía con algún capricho de Kim. Simplemente ya no eran iguales.

—No te vuelvas a ir, Yunho.

Jaejoong se alejó mirándolo a los ojos, con esa sonrisa amplia y arrebatadora que hizo pensar a Yunho en que Jaejoong en estos años solo había acumulado calificativos como apuesto, atractivo, en tanto él solo se había ido apagando con el paso del tiempo.

—No lo haré, Jae. Volveremos a ser lo que éramos antes.

Yunho todavía era joven en aquellos momentos, pero sabía, mejor que nadie, mejor que el mismo Jaejoong o Yoona, que aquellas palabras eran totalmente falsas. Ellos nunca tendrían de nuevo esa amistad. Por que ellos habían llegado a su final años atrás, cuando su padre se lo llevará a China. Y quizá nunca debió volver. Hubiera sido mejor dejar el recuerdo, aunque Jaejoong no hubiera vivido tranquilo con eso.




Despertó como si lo estuvieran asfixiando.

Era corrosivo el paso de los segundos cuando abrió los ojos y descubrió la escasez de aire en sus pulmones, abriendo los ojos de par en par y sacudiendo su cuerpo como si de un temblor se tratara y lo jalaran por debajo del suelo para arrastrarlo directo al infierno.

Pero no, Yunho sabía que no tenía tanta suerte.
Que el cielo no le daría esa calma y que sus penas no morirían. No tan pronto.

Trataba que las bocanadas de aire le proporcionaran vida, por inercia. Por un impulso de supervivencia con el cual él no estaba de acuerdo pero que lo tenían anclado a eso que unos llamaban vida y que para él era como un purgatorio. Unas penas por las cual él pagaba y que no le pertenecían, unas penas por las que hubiera seguido pagando gustoso, si Yoona no fuera ahora una de ellas.

Pero estaba ahí, recostado en el suelo de un lugar extraño donde apenas entraba la luz y un molesto ventilador proporcionaba algo de aire, se sacudía estrepitosamente cada que giraba a la derecha y amenazaba con caerse de aquella pared.

Tenía una alfombra bajo el cuerpo, gruesa y roja que lo separaban del polvo que había en el suelo dentro de aquel lugar abandonado, cuando recordó que la última vez que se había mantenido consciente fue cuando entró en el carro de Jaejoong, cerró los ojos y no supo nada más.

Por lo alto de aquellas paredes, ahí donde no cualquiera llegaba había unas pocas aperturas que dejaban entrar la luz de la mañana, o tarde. Yunho ni siquiera sabía que día era, mucho menos sabía la hora. Pero el resto fuera de esa luz del exterior, era oscuridad. Fría y tenebrosa que lo rodeaba dentro de la soledad en la que se encontraba.

Tosió, con la garganta seca, sintiendo una hinchazón que apretaba los músculos internos y que le hacían pensar que ni siquiera un quejido saldría de su boca, como si hubiera manos apretando su cuello aunque se encontrara completamente libre.

—Yunho…

Y su nombre salió de aquellos labios, una puerta arrastrándose ante el paso de Jaejoong y la luz dio en su rostro, cegándolo momentáneamente levantando su brazo débil para que la luz no lo tocara. No quería saber nada de ella, ni de su calidez y hermosura. Yunho prefería la oscuridad, sumirse en sus recuerdos y fingir que estaba al menos estable en ella.

Jaejoong cerró la puerta y la luz se marchó. Como si las plegarias de Jung hubieran sido escuchadas y los pasos de Jaejoong resonaron como ecos ausentes, gravitados en un lugar extraño y perdido que lo hacían sentir dormido.

Yunho sabía, no estaba sedado, ni drogado, ni siquiera algo parecido. Su cuerpo lo traicionaba, la debilidad latente. Levantar el cuello era incluso pesado, abrumador. Mantener los ojos abiertos era agotador y esa punzada tan cerca de su pecho, esa herida de bala que parecía latir al compás de sus venas lo mantenían en un estado ausente.

Sintió sus suaves manos, tocando sus mejillas, contemplándolo. Era la esencia de Jaejoong tan cerca de su cuerpo. Su aroma, su voz, su tacto. El sentido de reconocimiento que por un momento lo hizo cerrar los ojos antes de recordar que esas manos, esa voz también tocaron a Yoona, la destruyeron, la sumieron en un odio más profundo y arraigado.

—¿Dónde estamos?

Sonaba a un conjunto, a un juego que los dos estaban jugando. Yunho no era un débil victima aunque su cuerpo no colaborara demasiado en ese instante. Conocía de su estado, de que debía estar en un hospital, sin embargo había aceptado. Había tomado la mano de Jaejoong y caminado fuera de ese lugar.

—Eso no importa.— Cerró los ojos cuando sintió las manos de Jaejoong acomodando la almohada bajo su cabeza. Podía sentir su fragancia, y respirar suavemente mientras recordaba las razones por las que no debió nunca enamorarse de él. –Ahora solo descansa.

Nunca tuvo el tiempo para pensarlo.
Tuvo pasión, sonrisas y lágrimas de la mano de Kim.

Pero amor… Era como alegar que las sonrisas eran felicidad. Y Yunho nunca fue feliz después de que su padre decidiera marcharse de Corea. Solo tuvo momentos esporádicos de eso que un día se volvió tan inalcanzable.

—Descansa…

Recostado sobre esa alfombra roja, con su cabeza reposando en aquella almohada, con el cansancio y el dolor haciendo competencia en su cuerpo por alcanzar la supremacía; Yunho percibió el tacto de Jaejoong una vez más. Su mano acariciando su cabello, tan cerca, tan atento, como si venerara algo realmente valioso.

Y la voz de Jaejoong sonaba lejana, como una oración repetida que se perdía entre los pliegues de la inconsciencia. Le faltaba sentido, le faltaban fuerzas, pero sentía, que le quedaba tan poco…

Unos segundos más.” Se decía, aunque Jaejoong no lo escuchara. “Solo déjame estar así unos segundos más.” Aunque no fuera consciente de que internamente, Jaejoong se repetía lo mismo.




Cada paso era ambiguo.

Como si las miradas sobre sus hombros, las sonrisas, las palmaditas en la espalda fueran algo tan lejano, que apenas lo tocaban. Incluso se alejaban de la cotidianeidad, y sus sonrisas fugaces, de la chaqueta que llevaba puesta y no terminaba de convencerlo.

Era extraño, cada recurrente mirada, cada palabra de aliento, cada muestra de orgullo mal disimulada que buscaba su aprobación como un matiz desesperado de llegar a un más lejos. Ese día, la editorial estaba en su máxima expresión. Todos buscando permisos para hacer eco de su reportaje estrella. Los tirajes vendiéndose como en muchos años no pasaba. La gente ya no leía como antes en los diarios después de todo.

Pero Changmin estaba ahí, en medio de toda esa locura, respirando profundo luego de que al fin entrara en el ascensor y al menor por ese instante descansara. Sentía la mirada de Minho sobre su cuello aunque sabía que en el fondo, era solamente un juego de su cabeza.

Pero cuando las puertas se abrieron, en el piso cuatro dónde estaban sus oficinas, las serpentinas no se hicieron esperar y las copas de champagne en las manos de los oficinistas tampoco. Wookdae encabezaba al grupo con una sonrisa amplia y repleta de orgullo.

—Mi reportero estrella.— Había comenzado, pasando una mano sobre sus hombros, y Changmin había tenido que sonreír.— Sabía que no me decepcionarías. ¡Estás haciendo historia, muchacho!

Escuchó la risa, cerca de su oído además de todo su grupo de trabajo, que formaba parte de aquella edición y que se habían amontonado para felicitarlo, para estrechar su mano. Rodeado de tanta gente, de tantos halagos.


—Pero, bueno… Ya, déjenlo. Luego tendrán tiempo para felicitarlo.— Esta vez Wookdae jaló de su brazo empezando a caminar junto a él hacía la oficina de puertas grandes en el fondo de aquel piso. –Por el momento Changmin tiene una junta muy importante con los directivos de la editorial.

Sobraban las palabras, esa mirada directa que el mayor le deslindó con cuidado y que decía a gritos que por fin había alcanzado lo que quería. Pero de nuevo estuvo ahí, ese malestar en la boca del estómago que le decía que tenía lo que quería, pero que se lamentaba en el fondo, por no poder tener las dos únicas cosas que quería en verdad.

Seguía haciéndole falta algo.
Y egoístamente, si tuviera la oportunidad, no quisiera deshacerse de ninguna.
Lastima, que Minho ya hubiera decidido por los dos.




—¿Heechul?

En medio de la algarabía que se estaba viviendo ese día. Siwon pudo notar el deje apagado en Kim, su mirada perdida y el poco interés que parecía mostrar con el diario esa mañana. Y él lo comprendía, posiblemente mejor que nadie. Pero cuando Heechul había posado sus ojos en Changmin. Los ojos de Kim simplemente se habían mostrado tristes.

—Si, dime.
—¿Estás bien?

Heechul sonrió, apenas notablemente como para que los hoyuelos en sus mejillas se notaran y Siwon no se preocupara.

—Más o menos, me preocupa Changmin.— Heechul jugaba con el bolígrafo sobre su escritorio, la mirada fija en él, como si en verdad le importara y llamara su atención. –Lucía… como si no se hallara en medio de nosotros. Como si solo se sintiera fuera de lugar.

—Bueno, supongo que es normal. De una forma u otra, Minho está en medio de todo esto.— Siwon  se acercó, con pasos lentos y bien medidos. –Debe sentir que lo ha traicionado.— Pero la mente de Heechul ya iba por otros lares. Tenía los ojos un poco cerrados y la mirada caída. Siwon temía tener que abrazarlo para que no llorara.

Y quería preguntarle, pero no sabía como. Necesitaba saber que esa herida en Heechul que llevaba el nombre de OhDae que hoy inundaba los diarios, que lo desacreditaban y desfalcaban no lo estaba golpeando tan duro, que esa imagen parecida al amor no estaba haciendo mella en Kim.

Pero Heechul solo guardaba silencio y bajaba la mirada.

La imagen de OhDae lo inundaba, jugaba entre los pliegues de su desmoronada mente y amenazaba con romper los pocos pedazos de corazón que le quedaba. Siwon sabía. Y aún así no podía hacer nada por él. Nada más que estar allí y apoyarlo. Aunque eso no disminuyera ni un ápice el dolor que sobrelleva en la espalda.

Es que querer equivocadamente, dolía demasiado.

—¡Heechul, Siwon!— A la llegada de uno de los jóvenes conductores, ambos levantaron la cabeza, como si salieron de su estopor y posaran los ojos en el rostro agitado del muchacho de cabellos castaños. —¿Están ocupados? Hay que cubrir una noticia. Y parece ser la noticia del día.


—¿Qué sucede?

Heechul fue el primero en dar un paso y parecer interesado, el muchacho miró de un lado a otro, acercándose un poco y bajando la voz.

—Es confidencial todavía. Pero al parecer han encontrado a Kim OhDae muerto en el despacho de su mansión.

Fue como si varias manos agarraran el cuerpo de Heechul y terminaran de exprimir la poca vida que le quedaba. Sus ojos se abrieron de par en par y ese cosquilleo extraño, molesto, sofocante se apoderó de su cuerpo, de su piel. Tanto que perdió la poca coloración dejándolo en una palidez preocupante que hizo a Choi caminar hasta él y tomarlo por la cintura.

—Heechul, siéntate.
—No.— Detuvo su mano, el contacto que su mano tenía con su cuerpo y que lo hacían sentir terriblemente débil. –Estoy bien… Solo…

Mordió su labio inferior, con un dolor punzante que nacía desde la espalda y se alojaba en alguna parte de su cuerpo que no le pertenecía. Los ojos ardían tan ferozmente, que supo que si decía una palabra más entraría en llanto. Por eso les dio la espada y se apoyó en el escritorio.

—Creo… que no podemos ayudarte. Busca a Leeteuk o alguno de los muchachos.

El tercero en la oficina asintió, mirando con preocupación al mayor y soltando una pequeña frase de aliento por que se mejorara. Esperando que se tratara de un malestar temporal, Heechul solo pudo bajar la cabeza y tapar su rostro con la mano.

Sin embargo a Siwon no le quedó más que observar de lejos, mirar su espalda firme y delgada que se doblaba en ocasiones, sin un llanto o sollozo de su parte. Heechul seguramente haría sus labios sangrar por el hecho de evitar las lágrimas. Mordía su labio inferior y se sumía entre las penas que lo aquejaban y parecían haber aparcado en su ser.

Repitiendo una y otra vez: ¿Por qué corazón? ¿Por qué te tienes que equivocar tanto, tantas veces?




Quizá no había sido el mejor momento para salir ha hacer compras, aunque la mayoría estuvieran basadas en el alimento de esa semana en el pequeño departamento en el que ahora vivía.

Los diarios que se posaban cerca de las cajas, mostraban su rostro, el de OhDae y sus hijos, como primera plana en uno de los diarios más vendidos en el país, había hojas de investigación. Que Boa no había querido ni mirar por lo que había preferido salir despavorida de aquel lugar.

Ahora, caminaba cerca del edificio, con su mirada ausente y los suspiros saliendo de sus labios, ni siquiera tenía ánimos de saber de que se trataba todo eso. Ni por que aún la involucraban aunque lo de su divorcio con OhDae todavía no fuera algo completamente público.

Pero pesaba sobre si la responsabilidad de Minho, el que el muchacho siendo tan joven se viera inmiscuido en todo eso. Si ella pudiera, alejaría todo aquello del menor, lo más lejos posible para que nada lo tocara. No, después de tantos años viviendo en aquella casa que el resto del país mal llamaba el hogar perfecto.

El celular vibró dentro de los bolsillos de abrigo, y tintineo unos segundos después sacándola de sus pensamientos y regresándola a esa realidad que era todavía más gris que sus pensamientos.

—¿Si?
Señora Boa…— La voz del hombre sonaba reacia y un poco seca. –Soy el mayordomo de la residencia Kim. Park Lee.

—Oh, si. Disculpe que no lo reconocí, ¿se le ofrece algo?
—Bueno…— El hombre pareció dudar por un momento, antes de respirar profundo y hablar nuevamente. –A ocurrido un desgracia señora. El señor OhDae está muerto.

De pronto todo había perdido color, como si la desgracia no terminara de hacerle compañía, como si no la dejara sola ni a sol ni sombra. De repente soltó el celular, la voz del hombre pronunciando su nombre. Boa recordó que lo había amado, que había vuelto por su hijo pero que a pesar de todo, había estado enamorada de él.

Boa era bajita, acicalada por una gracia natural y una sonrisa que con el paso de los años había perdido el brillo. Hermosa en sus facciones, grácil en sus acciones. Con el corazón en tiritas de felicidad, con una fe apagada y una pena que pesaba más que el dolor físico. Una pena que hoy se acrecentaba y era expresada por el llanto amargo que la consumía en ese instante.




Lee Taemin siempre había gustado de la buena lectura.

Le maravillaban las estanterías con su diversidad, con las voces transcritas en tantas palabras que hacían brillar sus ojos con anticipación y que lo hacían sumergirse en diversas fantasías. Siempre había disfrutado de la lectura y hoy había decidido volver a su buena costumbre.

Había repisas enteras de poesías, de novelas, de ensayos. De autores en sus diferentes épocas, con su diferentes estilos. Concentrado estaba, admirando, contemplando, escogiendo. Cuando aquella voz rompió el silencio y puso en alerta sus sentidos.

—Taemin.

Con su abrigo negro y el cabello más largo de lo que recordaba, Kim Minho se había posado frente a él, a unos pasos de distancia. Con su pose firme y sus expresiones tranquilas.

—¿Qué haces aquí?
—Siempre… Fue tu lugar favorito.— Minho avanzó hasta uno de los sillones, sentándose en él. En su ropaje rojo y antiguo. –Sabía que estarías aquí.

—¿Y querías verme?
—Disculparme más bien.

Minho siempre fue orgulloso, repleto de un carisma inigualable. De unas sonrisas envidiables y de expresiones tan hermosas que hacían caer a cualquiera a sus pies. Quizá eso fue lo primero que capturó a Taemin. Minho y todo lo que irradiaba. Pero definitivamente escucharlo decir eso, de la nada, tan de repente, lo sorprendió.

—¿Por qué ahora?
—Por que estoy a punto de irme por mucho tiempo.

—¿Es por lo de…?
—¿Lo de los diarios?— Minho lo miró fijamente, terminando su frase. Y finalmente regalándole una sonrisa. –Si, es por eso. Y por muchas otras cosas también.

Hubo un largo silencio, como si esa incomodidad entre los dos fuera eterna y nunca volviera a cambiar. Pero Minho se levantó, estirando un poco las manos y arreglando la camisa de Lee.

—Quizá me perdones dentro de muchos años, y está bien. Lo entiendo. No puedes perdonarme de inmediato solo por que he venido a pedírtelo como si realmente lo mereciera.— Minho suspiró, muy cerca de su rostro. –Alguien como tú, merece lo mejor de este mundo.

—Tú…
—Yo solo fui un tropiezo en tu vida.

Minho apoyó ambas manos en el pecho de Taemin, antes de regalarle otra sonrisa. Entonces sus manos sacudieron ese cabello, y aunque Taemin en ningún momento cambio su expresión. Minho supo que al menos había cumplido con su tarea.

Había empezado a caminar, retomando sus pasos hacía la salida de la librería, cuando la voz de Taemin a unos pasos de él, lo hizo detenerse. –Cuídate mucho, Minho.— Sonrió, aún a espaldas del menor, pero luego solo siguió su camino. Dejándole ese lugar en exclusividad a Taemin.

Una vez fuera, por fin pudo respirar tranquilo. Hasta que el celular comenzó a sonar y trató de sacarlo lo más rápido que pudo, desde la pantalla, el nombre de Boa parpadeaba en cada tonada.

—¿Si?

Y su voz preocupada y lamentable, hizo a Minho comprender que algo muy grave esta sucediendo.




—¡Bravo~!

La botella de champagne fue destapada, con una algarabía que inundaba a todos los de aquella planta. Sonrisas, abrazos, felicitaciones. Changmin se sentía como en un lugar extraño, donde realmente no encajaba.

—Te lo ganaste a pulso, felicitaciones.

Donghae estiró su mano y Changmin asintió, estrechando sus manos. Agradeciendo el cumplido. Y la gente parecía seguir en lo mismo. Como si fueran ellos los festejados, como si vivieran en carne propia el anhelo.

Wookdae de pronto se acercó, con esa sonrisa en el rostro. Ofreciéndole una copa y frunciendo el ceño cuando Changmin apenas sonrió.

—¿Qué pasa muchacho?— Su voz trató de ser comprensiva, pero Changmin solo bajó un poco la cabeza. –Creí que esto era todo lo que querías, eres el editor. Lo lograste Changmin, le cerraste la boca a todos los directivos. Eres la mejor contratación de la editorial.

¿Cómo explicarle?
¿Cómo hacerle entender a ese hombre que tanto había luchado por él, para darle esa oportunidad, que realmente ya no la quería?

Los directivos ya se habían marchado de ahí. Dejando su decisión, hablando con Changmin. Felicitándolo por su trabajo. Changmin había estrechado manos, recibido halagos, sonreído vagamente y agradecido por todo. Pero había sido incapaz de declinar.

Estaba ahí, con esa expresión cansada y una copa entre las manos.

—Estoy bien, Wookdae solo un poco cansado.

Mintiendo para sobrevivir.




Fue un día después, que rodeado por la curiosidad, Junsu descubrió el nombre de su padre abombando los titulares. La poca felicidad que había podido acumular desapareció tan pronto como sus ojos leían las pocas letras que se había atrevido a contemplar.

Era como si la herida se hubiera vuelto abrir.

Y no importaba lo que su pasado dijera, lo que proclamara a los cuatro vientos si a su mente solo llegaban las imágenes de su padre, cuidándolo una noche cualquiera, escuchándolo cuando le pedía a Yoochun que cuidara bien de él.

OhDae siempre había intentando mantener un margen entre ellos, uno en el que intentaran de un modo u otro convivir, aunque sus lazos hubieran sido cortados hace mucho. Recordó la última vez que lo vio. Aquel día cuando miró su rostro y estuvo a punto de llorar ante la despedida que nunca se palpó.

Pero vino a su mente también la decepción y el horror que esos ojos le mostraron cuando lo descubrió con Yoochun. Los gritos, las lágrimas. Sintió que lo había hecho sufrir tanto. Que arrastraba consigo una ingenua culpa.

—Junsu…

Entonces cerró la laptop. Apresurado. Con las lágrimas mojando sus mejillas y su mano intentando borrarlas. Con su fingida calma que no convencía de ningún modo a Yoochun.

—¿Qué sucede?
—Nada.

Yoochun arrugó el entrecejo ante su mentira y se acercó a él, abriendo la tapa de la laptop. Junsu lo permitió como si no fuera completamente necesario ocultarle la verdad. Pero las reacciones de su hermano fueron diferentes.

Yoochun leyó, bastante. Quizá por que no quería enfrentar su mirada tan pronto. Pero tan pronto como lo hizo apagó la computadora. No le importó el resto, ni que aún todos los programas estuvieran abiertos.

Su mirada se perdió en su reflejo, en lo que la pantalla oscura de la laptop le devolvía. Ni en el silencio que se marcó después de eso. Como si no se atreviera a mirar a Junsu todavía.

—Quedamos que no… Tendríamos más contacto con nuestro pasado.

No sonaba a reclamo, más bien como una suplica disfrazada a la cual Junsu solo pudo darle la espalda. Se levanto de la cama, con las manos pasando por su cabello y las lágrimas abandonándolo todavía.

—Es nuestra culpa… Nosotros…
—¡No!— Yoochun se levantó, esta vez mirándolo directo a los ojos. –No te atrevas a decirlo.

—Nosotros somos parte de todo ese dolor que él cargaba.
—Pero no fuimos lo único, tal vez ni siquiera lo principal.

—Entonces, dime. ¿Eso cambia el hecho de que lo que estamos haciendo está mal?— Junsu lo miró con ese dolor profundo en el pecho que se deslizaba por la garganta y se fundía en la garganta. –Fuimos realmente tontos al creer que…

—¡Basta Junsu!

—¡Basta, ¿qué?!— Junsu gritó, las venas notorias en su cuello. La respiración difícilmente llegando correctamente a los pulmones. –Tenemos que ir a Seúl y enterrar a nuestro padre. Los hermanos Kim juntos de la  mano, ¿años después que pasará? Si algo de lo nuestro se descubre, ¡justo como acaba de pasar con nuestro padre y su pasado!

—¡El resto del mundo se puede ir al infierno!

—¡Nos culparan de su muerte!— Su voz sonó como un quejido que perdió fuerza. –No les importará el resto de cosas que influyó, ¿crees que eso cambia algo? ¿Crees que ir a otro continente cambia nuestra sangre?

Junsu trató de respirar profundo, sus ojos rojos y Yoochun completamente abatido frente a él. –No sé en que estaba pensando cuando creí que esto funcionaría…
—No estabas pensando ese es el problema, Junsu. Te pedí que dejáramos de pensar. Que nos alejáramos de todos.

—La gente… Todo el mundo sabe que somos hermanos.
—La gente del crucero no.

—¿Y? ¡¿Piensas vivir toda nuestra maldita vida en un puto crucero?!

Nuevamente la voz de Junsu alcanzó niveles fuertes. Yoochun no entendía, que las miradas pesaban y que su alma se comprimía. Si él tuviera la oportunidad de comenzar desde cero realmente donde nadie lo conociera donde nadie siquiera lo confundiera con Kim Junsu, él sería feliz.

Pero Yoochun estaba frente a él, solo bajaba la cabeza y mordía su labio inferior.

—Junsu… Yo…
—Lo siento… Lo siento, Chun. Pero no puedo.

Cuando las lágrimas empezaron a salir de los ojos de Yoochun, Junsu apenas alcanzó a dar pasos hasta él y abrazarlo, tan débilmente que su tacto apenas se sentía, con ese dolor en el estómago que no podía definirlo como fisiológico. No, cuando en lo único que podía pensar era que la vida se había equivocado con ellos. Les había dado el lugar equivocado.




Todo fue lúgubre aquella mañana.
Se enterró a OhDae en medio de insinuaciones, mentiras, verdades y engaños.

Había poca gente, unos cuantos empleados de la empresa, de la casa, gente de otras pocas partes y por petición de Boa, nadie de la prensa. Escuchaba las palabras a lo lejos y Minho a su lado solo guardaba ese poco silencio que era tan necesario.

Apretaba su mano, como nunca antes lo había hecho. Sus manos entrelazadas y su mirada baja. Si el menor había llorado, no lo había hecho frente a ella. Pero esa mañana Minho había despertado con los ojos hinchados y el ánimo por los suelos.

Finalmente OhDae fue quien siempre consintió a Minho, a quien más protegió, a quien le curó la fiebre y durmió con él cuando tenía miedo. Mientras sus hermanos lo despreciaban, como modo de protección OhDae volcó todo su amor en él.

Aunque todo ese cariño de la infancia se hubiera quedado ahí con el paso de los años. Que se hubiera deteriorado no cambiaba el hecho de que Minho se encontrara tan perdido en esos instantes.

Poco a poco la gente los fue abandonando, Siwon la abrazó con fuerza. A ella y a Minho. Jaejoong, Yoochun y Junsu nunca aparecieron. Boa tampoco se tomó la molestia de buscarlos más allá de lo que el mayordomo Lee ya lo había hecho.

Cuando Siwon se marchó, susurrando palabras de despedida y apoyo, Boa suspiró, apretando un poco la mano del menor, llamando su atención.

—Ya es hora de irnos.
—Si.— Minho habló apenas audiblemente, con un pequeño suspiro en los labios antes de levantar la mirada y ver a los empleados de la oficina empezar a alejarse. –Solo dame un minuto.

No es como si tuviera opción a negarse, por eso asintió mientras veía a Minho alejarse y perderse un poco entre la gente.

—Onew…— El muchacho había girado hacía él, con un leve asentimiento de reconocimiento. Y pronto se habían alejado un poco de las miradas curiosas y los oídos impertinentes. –No había tenido la oportunidad de hablar contigo antes, aunque tampoco es el mejor lugar.

—Lo sé, siento mucho lo de tu padre.

Minho asintió, la voz de Onew había cambiado.
O a lo mejor era que ya no le hablaba con el mismo tono cálido de antes.

—Yo… quería disculparme. Por todo. Nunca debí tratarte como lo hice.
—Minho, en serio no creo que sea el lugar para…

—Es que ya no tengo tiempo.— Minho respiró profundo. Y volvió a mirarlo a los ojos. –Me voy por un buen tiempo y no quería irme sin haber hablado contigo antes.
—¿Sabes?— Onew se había acercado, abrazándolo con cuidado. –De algún modo, creo que ya te perdone. Tal vez por que no quería guardar odio hacia la persona que más amé. No quería guardar esos últimos recuerdos de ti.

Minho levantó poco a poco sus brazos, correspondiendo a ese gesto cálido que Jinki siempre era capaz de transmitirle. Aspirando débilmente su aroma. Susurrando bajamente sus palabras.

—Siempre… fuiste demasiado bueno para mi, Jinki.

Onew le había concedido ese poco de paz, por unos segundos estables antes de que lo soltara y le regalara una mínima sonrisa de despedida. Una sola palabra de despedida y la poca paz que le quedaba siendo otorgada como única salida.

Unos minutos después volvió junto a Boa. Miró la tumba de su padre una última vez y cerró los ojos. Aunque al abrirlos quisiera volver a llorar tenía que continuar. Subir al auto que lo esperaba unos metros más allá. Que lo llevaría tan lejos de ahí.




Changmin había optado por no ir al cementerio.

Aunque ahora se encontrara encerrado en su oficina y prefiriera dejar pasar el tiempo. Aunque muriera por ir, sabiendo que Minho estaría ahí. Pero sabía que Minho no tenía tiempo para su amor, al menos no por ahora.

Y estaba ahí, esperando que los minutos pasaran pronto. Para poder ir a su departamento y dormir, para alejarse de todo y no recibir más llamadas, no saber más nada del resto del mundo. Se sentía tan raro al volver a su costumbre. Volver al que siempre fue su espacio.

Pero fue Siwon, él y su impertinente mensaje quien lo sacó de ahí, quien lo hizo tomar las llaves de su auto y abandonar la editorial sin dar explicaciones.


Minho sale del país hoy en la tarde.
Supuse que querrías saberlo.
Siwon.



El campo de fútbol siempre era algo refrescante por las mañanas.
Kibum decidió permanecer en las gradas un rato más, su mirada perdida entre los jugadores que entrenaban e iban de un lado a otro.

Sus clases habían terminado hace mucho, esperaba tan solo la graduación. Y además le había prometido a Joonghyun que hablarían. Por eso estaba ahí, observándolo a lo lejos mientras esperaba por que el entrenador les diera ese receso.

Finalmente pasó, cerca de las once de la mañana, cuando Key tenía ahí ya siquiera cuarenta minutos sentado. Sabía que Joonghyun había luchado mucho por entrar en ese equipo, para jugar profesionalmente aunque aún no fuera titular.

Por eso cuando se acercó, con su rostro un poco sudado y el rostro repleto de energía, sonrió.

—Hola.
—¿Qué haces aquí?

—Te prometí que hablaríamos.
Joonghyun sonrió. –Tú prometes muchas cosas, Kibum.
—Y siempre las cumplo.

Palmeó un poco el lugar junto a él, Joonghyun lo obedeció, bebiendo un poco de esa botella de agua que había traído consigo. Observando ese césped verde y fresco a sus pies.

No hubo palabras por un buen tiempo. Solo el silencio estuvo presente, ni siquiera cruzaron sus miradas otra vez, ni cuando Joonghyun posó una de sus manos sobre la de Key y este no pareció incómodo con el contacto.

—¿Crees que se convierta en amor?
—No lo sé… Yo te odiaba, de pronto tuvimos sexo, luego empezamos hablar, y al otro día ya te necesitaba en mi vida… Puede que sí.

Key fue tan directo que Joonghyun solo pudo sonreír y morder un poco su labio inferior.

—Iremos lentamente.— Kibum asintió. –No quiero que lo arruinemos. En verdad…— Esta vez Joonghyun tomó la barbilla de Kibum para que lo mirara a los ojos. —…Quiero hacer las cosas bien contigo.

Key asintió. –Yo también.

Cuando Joonghyun lo soltó la mirada de ambos volvió al campo, y Kibum se sintió en la libertad de en esta ocasión entrelazar un poco sus dedos.

—¿Quieres ir al cine después del entrenamiento?
—Si, me vendría bien pensar en otra cosa que no sea fútbol.

Kibum sonrió. Y Joonghyun inevitablemente respiró profundo.
Su madre tenía razón, cuando las cosas estaban para darse, se daban sin problema alguno.

Lo suyo con Kibum a pesar de todo, había ido tomando forma de una manera inesperada, pero al final acoplable con ambos. Apretó su mano un poco más y a cambio, Key solo lo miró y sonrió un poco más. Quería más de esas sonrisas, quería más de esa paz que estaba alcanzando. De esa paz que no había conocido antes.





Cuando llegó a su departamento, luego de haber pedido permiso para Heechul y para él en el trabajo. Sabiendo que el muchacho no la pasaría bien solo, mucho menos en aquel lugar donde había estado con OhDae por tanto tiempo.

Desató su corbata, con sus pasos suaves dentro del lugar, buscando al mayor con la mirada, a pesar de no encontrarlo por ninguna parte, hasta que entró en la habitación y lo encontró con los ojos fijos en la computadora sobre la cama.

Vamos di algo lindo para mi…
—Heechul, eso es para jóvenes. Deja de grabar.

—Oh, vamos Dae… ¿quieres decir que estamos muy viejos?
—Chul…

Escuchaba las voces, un poco bajas desde aquel aparato. Heechul demasiado concentrado como para notar su presencia.

Vamos… Al menos di lo mucho que me quieres.
—…Está bien. Te amo, Kim Heechul.
—Yo también OhDae. Demasiado.

Las lágrimas salieron con tanta facilidad de los ojos de Heechul, que por un momento no creyó estar viendo al mismo que había conocido durante tantos tiempos. Kim limpió sus lágrimas de inmediato. Cerrando la laptop y avergonzado al parecer cuando lo descubrió a unos pasos de la cama.

—Siwon, no te escuché llegar.
—Lo sé.— Se sentó junto a él, acariciando el cabello de Kim y mirándolo acongojado. –Algún día todo ese dolor se va a acabar, Chul. Te lo prometo.

Heechul bajó un poco la mirada, con un leve movimiento de sus labios.

—No prometas demasiado, Siwon.
—Vas a estar bien.— Estiró sus brazos y lo abrazó. –Lo sé.

Y Heechul se dejó querer por ese instante, suspiró entre los brazos de Choi y correspondió al abrazo. Con los ojos cerrados y ese pequeño dolor de cabeza que en algún momento pasaría.




Changmin no esperó que las eléctricas lo llevaran. Subió los escalones apresurado, esperando que Minho aún se encontrara fuera, caminó por el amplio lugar, de un lado a otro. Se dirigió al patio de comidas, esperando que aún se encontrara por ahí. Miró hacía todos los lugares que pudo, pero jamás lo encontró.

—¿Changmin?

Giró repentinamente, Minho estaba tras de él, sentado en una pequeña banca junto a Boa y un par de maletas, con un abrigo grueso y los ojos cubiertos por aquellas gafas negras que llevaba.

—Minho.

Ni siquiera lo pensó cuando se lanzó a sus brazos y lo abrazó.
Tan poco tiempo y ya lo había extrañado. ¿Cómo le iba a hacer estos años sin él?

—¿Qué haces aquí?
—Siwon me dijo.

Minho rodó los ojos y Boa, detrás de ellos sonrió discretamente.
Changmin comprendía que ese mundo que le estaba yendo encima a Minho no lo iba a dejar en paz a menos que estuviera fuera de su alcance. A menos que el tiempo se interpusiera.

Minho no quería de sus especulaciones, de su acoso. No quería saber nada de la prensa, ni sus preguntas. Abrazó otra vez  Changmin y suspiró. Cerrando sus ojos, deseando quedarse así un rato más. Le hubiera bastado con esa última vez como despedida, pero al parecer Changmin no se lo permitiría.

—De una vez te voy advirtiendo Kim Minho, que si no vuelves, iré a buscarte.

El menor se abrazó un poco más a Shim. Eso era lo que quería, alguien que lo estuviera esperando. Que lo quisiera con la misma intensidad con la que él lo quería. Que fuera a buscarlo si era necesario. Quería eso que antes no había conocido y que había empezado a descubrir con él.

—Lo sé. Eres de las pocas cosas buenas que me quedan en esta vida. No sería capaz de hacerte completamente a un lado.
—¿Completamente?

Minho sonrió. –Te amo.

Hubo un llamado por alta voz, Changmin supuso que sería el de Minho.
¿Tan pronto? ¿Se tenía que ir tan pronto?
Lo miró como si no quisiera dejarlo ir y tomó su mano una vez más.

—Yo también.

Minho le regaló otra sonrisa y agarró sus maletas. Le dio un abrazo a Boa y cuando Changmin se pudo dar cuenta el muchacho ya caminaba entre un grupo de personas que también avanzaba hacía la zona de embarque.

Caminó tras él, tratando de mirarlo hasta el último instante. Como si le bastara con su espalda alejándose, Minho giró una última vez y agitó su mano un poco, aquella donde sostenía los pasajes de avión.

Changmin levantó su mano y la agitó también. Miró sus ojos por una última vez y sonrió. Si Minho podía regalarle sonrisas en ese momento, él también podía. Dejaría a Minho escapar por esa única vez.

Le brindaría ese tiempo que le había pedido, cumpliría con su pedido de trabajar para ser el mejor editor. Aguardaría por el momento en que las cosas se calmaran. Cuando la madurez los hubiera alcanzado. Y el mundo ya no los lastimara como ahora.




Seguía perdido en la inconsciencia.
Ahora, un poco menos que antes.

Cuando tuvo la oportunidad de abrir los ojos nuevamente, Jaejoong se encontraba junto a él, lo miraba con una pequeña sonrisa en los labios, acariciando su cabello. Contemplándolo de una manera que ciertamente le provocó escalofríos.

—¿Cuándo vas a decirme dónde estamos?
—No necesitas saberlo.

La voz de Jaejoong seguía siendo tan sedosa como siempre. Y continuaba con sus caricias. Yunho sentía un poco menor el dolor de la bala, o quizá era por el hecho de que pasaba gran parte del día dormido. Pero últimamente no tenía fuerzas ni para levantarse, aunque tampoco tenías las ganas.

—Jaejoong… ¿dónde estamos?
—Ya te dije que no necesitas saberlo.

—¿Por qué?
—Por que nunca vas a salir de aquí.

Los ojos de Jaejoong se clavaron en los suyos, con una certeza desconcertante. Ese movimiento de la mano de Jaejoong sobre su cabello cansándolo por completo.

—¿De qué estas hablando?
—Vamos, Yunho. Levántate. Es hora de tu medicina.

Y siempre hacía lo mismo. Desviaba su atención en el momento indicado. Lo ayudaba a levantarse con cuidado, le cedía la pastilla y el vaso con agua. Y Yunho las aceptaba como siempre, parecían funcionar después de todo. Aunque al final, el sueño lo abrazara.

—No podeos quedarnos para siempre aquí.
—No, no podemos.— admitió Jaejoong, volviendo a acostarlo y cubriéndolo un poco del frío. –Pero podemos hacer algo parecido.

Yunho no entendió, pero otra vez sentía el cuerpo pesado, un pequeño bostezo de sus labios. Ya ni se quejaba de dormir demasiado. De esa medicina que lo mantenía en la inconsciencia. Por que al menos dormido no sufría, al menos su inconsciente no lo traicionaba y por suerte no soñaba con Yoona.

—Siempre estuve enamorado de ti, Yunho.— Cuando Yunho volvió a quedar dormido, lentamente Jaejoong se abrazó un poco más a él. —¿Por qué nunca lo pudiste comprender?— Y se acurrucaba entre los brazos del hombre, cerrando los ojos, con el rostro sobre su pecho.

Jaejoong desde un inicio sabía que Yunho y él estarían juntos por siempre. Era lo justo, era la vida la que se había equivocado. Pero Jaejoong no se caracterizaba por se débil y perder, desde que Yunho regresara, y Yoona apareciera, se había propuesto que su historia con Yunho no podía terminar.

Tantos años, tanto amor. No podían ser desplazados.
No por ella.

—Nunca me escuchaste cuando te dije que ella solo era una intrusa.

Por amor, se hacen cosas descabelladas. Jaejoong ni siquiera se arrepiente. Por que sabe, por que está seguro. Está en lo correcto. Es el resto del mundo el que está mal. ¡Era Yoona la intrusa! Él solo tenía que asegurarse de proteger a su amor. Si él no lo hacía, ¿quién más lo haría?

—¿Sabes, Yunho?— Habló en susurros, a pesar de que Yunho dormía y no lo escuchaba. –Hay una droga, muy oportuna. Que es poco conocida, que provoca mínimos estragos, pero que con el tiempo y su uso diario vuelvo esquizofrénica a las personas.— Acarició suavemente el pecho de Jung. –Tú… ¿crees que le administré mucha de esa droga a Yoona?

Esperó por una respuesta que nunca llegaría y sonrió.

—Quizá por eso ustedes se peleaban tanto últimamente.— Mordió su labio inferior y suspiró. –En verdad yo no quería que se matara, solo que te aburrieras de ella por sus cambios de ánimo y la dejaras de lado. Aunque tampoco me quejo de los resultados. Ella solo estorbaba.

Yunho en ese momento se movió, apenas un poco como para que su rostro quedara frente al de Jaejoong, con su respiración suave y pausada.

—Eres tan hermoso.— Nuevamente la mano de Jaejoong volvió a acariciar el rostro de Jung. –Que solo mereces ser contemplado.— Hubo un corto beso de sus labios. –Quisiera eternizarte. Para que nadie se pueda olvidar de ti.

Jaejoong se volvió a acomodar, recostado junto a Yunho, muy cerca de su cuerpo, escuchando los latidos de su corazón, apoyado en él para conciliar un poco de sueño. Y dormir, ahí donde la indiferencia de Yunho no lo alcanzaba.




Cuando Junsu por fin encontró a Yoochun, estaba en uno de los laterales del barco, apoyado suavemente en los barandales, con los ojos cerrados y el cabello siendo movido por el viento. Caminó con pasos lentos, Junsu no tenía fuerzas para continuar en verdad.

—Chun…

Pero no podían seguir así. Cuando Yoochun giró la cabeza hacía él. Solo cerró los ojos y acortó las distancias, en una fuerte abrazo. Junsu pudo sentir la respiración de él cerca de su oído.

Luego de aquel abrazo en la habitación, ambos se habían quedado dormidos en la cama. Cuando Junsu despertó Yoochun se había marchado. En ese momento Junsu había dudado entre buscarlo o no. Pero finalmente había ido tras él, por que no puede estar sin él.

Y ese ir y venir de emociones y contradicciones lo tiene sumido en ese estrago a lo que la gente llama vida. Pero es que el resto de la gente no sabe que no puede llamarse vida a eso, a llorar todos los días, a sentirse culpable. A amar, y ser correspondido. Y que no sea lo correcto.

A Junsu le gustaría dimitir tanto de esa palabra.
¿Qué es lo correcto al fin y al cabo?

—Siempre tuve la esperanza, cuando se armó todo esta revolución por el asunto de nuestra madre, que no fuéramos hermanos de sangre.— Yoochun nunca había admitido tan abiertamente aquello, era siempre él quien le pedía que se olvidaran de todo y de todos. –Pero no concedieron el único deseo que he tenido toda mi vida, lo único que quiero. ¿Por qué nadie escucha nuestras súplicas?

—Por que la vida no es tan fácil.

Junsu cerró los ojos, aferrado a esa espalda de Yoochun. El viento seguía sacudiendo con fuerza su cabello, la ropa que ambos llevaban y a esas horas de la madrugada casi todos dormían.

Su respuesta ambigua que sonaba a pregunta. Hizo que Yoochun finalmente lo soltara y suspirara, mirándolo a los ojos una vez más. Depositando un beso en su labios, tan breve que apenas tuvo tiempo de parpadear.

Yoochun se había movido pronto, había trepado los barandales y se había sentado sobre ellos, con la misma expresión pasiva de hace un instantes.

—¿Qué haces? Eso es peligroso.— Se acercó a él, pero Yoochun sonrió. Como si aquello en verdad no le importara demasiado. –Yoochun bájate de ahí.
—Siempre he pensado que este no es nuestro lugar.

Junsu calló por un momento, contemplando el perfil del muchacho mientras él miraba el mar a sus pies. Y se quedó embelesado con su imagen.

—Pero hoy comprendí que no es un lugar, es un tiempo.— Yoochun se levantó con cuidado, estirando su mano hacía él. –La vida se equivocó con nosotros.
—¿Qué pretendes?

—Darnos esa oportunidad que nos hizo falta.— Yoochun entonces estiró su mano un poco más hacia él. –Ir a ese lugar sin pasado, donde nadie nos juzgue ni nos conozca. Muy lejos de todo esto. ¿Confías en mi, verdad?

Y ¿qué más le quedaba? Ese anhelo de amor incompleto.
Los ojos de Junsu nublados sabían a lo que se refería. Las palabras sobraban.

Quería ese amor que tanto le había sido negado.
Un amor libre, fuera de prejuicios. Quería que el corazón dejara de pesarle de esa forma.

Miró los ojos de Yoochun, con esa pequeña lágrima que paseaba por su mejilla. Tomó su cuidado, guiando sus pasos de la misma forma en que Yoochun lo hubiera hecho hace un instante, subiendo su pierna, quedando ambos parados del otro lado de la baranda. Con ese viento pegando todavía más fuerte.

Junsu sentía los labios resecos, pero aún así buscó la boca de Yoochun. Sus manos un poco más entrelazadas, firmemente sostenidas, y ese beso compartido entre el viento y la vertiginosidad del clima de esa noche, entre las lágrimas saladas que se fundían en ese gesto apagado de amor.




Cuando se decidió por caminar un rato, esa noche fría en el crucero. Ella había pensado en tantas cosas, como el motivo de su viaje. Ese matrimonio que no había funcionado, y los papeles de divorcio que la esperaban cuando regresara a Corea. Estaba atormentada y hoy el sueño no la había alcanzada.

Por eso cuando caminó envuelta en ese abrigo blanco, solo suspiraba a ratos, pensando en lo que pudo haber sido y jamás fue. Encerrada en sus pensamientos. Ahogada en las penas. Creía estar sola hasta que esas sombras muy cerca del barandal del barco llamaron su atención.

Frunció el ceño preocupada, asomándose un poco  mejor si podía, pero los dos muchachos que ahora eran un poco más visibles, parecían enfrascados en su conversación. Uno de ellos parado peligrosamente del otro lado del barandal. Los reconoció, eran aquellos chicos que sino se equivocaba eran pareja y que tan conocidos se les hacia.

Salió finalmente de la zona interna, pero cuando llegó los dos ya se encontraban parados fuera del barandal. Se besaban, sin embargo ella solo sintió ese mal presentimiento y optó por acercarse, por advertirles aunque fuera inoportuna, de que aquello era peligroso.

Pero fue cuestión de segundos, cuando el beso entre los dos se terminó, cuando se miraron a los ojos. Ella comprendió.

—¡…Esperen!

Pero fue demasiado tarde, había corrido, había intentado que su voz se escuchara a pesar de la distancia, pero solo pudo tropezarse y caer de rodillas, con los ojos abiertos de par en par y el frio envolviendo su cuerpo. Con la respiración agitada y sumamente nerviosa para ese instante.

Solo le quedaba el vacío frente a sus ojos, el aire frío entraba por su garganta en cada bocanada de aire, el viento sacudía ferozmente las hebras de su cabello y el silencio de la madrugada fue interrumpido por sus gritos pidiendo auxilio.

Por que intentaran hacer algo por aquellos dos muchachos que acababan de saltar del barco. Aunque supiera de antemano, que ellos probablemente no quisieran, desde un inicio, ser salvados.




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